Aunque yo soy muy montañero - me comentaba hace poco un amigo - mi mujer no es muy aficionada a ponerse las botas. Aún así, hace unos meses decidimos hacer juntos la ruta del Cares. Cogimos un taxi, nos llevó a Caín, preguntamos a un «local» si el tiempo meteorológico jugaba a nuestro favor, nos dijo que sí, y nos pusimos en marcha. Cuando estábamos hacia la mitad el cielo se ennegreció de repente, empezó a soplar un viento fortísimo y... con algún que otro apuro, conseguimos terminar.

Salir al monte con seguridad, nunca me cansaré de repetirlo, requiere contar con unas buenas previsiones. ¿Las mejores? Aunque también se pueden equivocar, evidentemente, las de los servicios meteorológicos de la zona por la que vayamos a andar. Y como complemento, o si no podemos contar con éstas, nos pueden servir las que nos proporcionen en un refugio de montaña, las de un pastor o las de un habitante del lugar.

Luego está el tema de sacar el mejor partido a esa información. Imaginemos que estamos de vacaciones y planeamos hacer varias excursiones -sirve igual para nuestro txoko habitual -. Seguramente en nuestros planes habrá salidas largas, cortas, expuestas al sol, entre bosques, por algún lago, por cómodas pistas, por senderos estrechos... ¿Cómo adecuarlas a los cambios en el cielo?

Si no estamos de trekking -la cosa no tendría remedio-, nada mejor que estar abiertos al cambio de planes para poder ganar la partida a la meteo. Hagamos una lista de excursiones según nuestro aprecio. Aseguremos las más largas y expuestas para los días de mejor tiempo, las más protegidas o cerca de agua para el calor extremo, las más cómodas para el tiempo más incierto, y el plan B -«otros - para cuando se cae el cielo.