Iñigo Orduña Ridruejo | Iruñea
Caridad y solidaridad
La profesionalización de la solidaridad es un hecho constatable, y al calor de las ONG se arriman trepas y demás personajillos con el único ánimo de medrar económica y socialmente.
Durante siglos, la solidaridad se conocía como caridad y se encargaban de ella, aparte de la Iglesia, mujeres de la nobleza o la alta burguesía para lavar sus conciencias manchadas por la injusticia social. Los ricos y poderosos entregaban las migajas sobrantes a los pobres y enfermos por ellos explotados para redimir sus pecados y, de paso, dar una imagen de benevolencia. Pero la caridad- solidaridad es un parche que no arregla nada, tiritas para tapar grandes heridas cuando lo necesario es aguja e hilo para coserlas. La injusticia no se arregla esparciendo lo que desechan los viejos potentados.
Voluntarios partiéndose el pecho y su propia vida para ayudar donde se necesita; gente que, a pesar de ser auténticos profesionales, llevan ambulancias en las horas libres de su trabajo, o cuidan a ancianos en vez de irse de vacaciones, para que ratas de despacho se llenen los bolsillos a base de recortar, morder y repartirse lo gordo y dejar las migajas.
Produce sonrojo ver a trepas con chofer y comitiva de asesores en nómina, altos cargos y ministros con ganancias de futbolista que con la excusa de la crisis deciden recortar los gastos sociales y sanitarios y congelar el escaso bienestar con el que se llenan la boca, mientras todos estos soñadores románticos se ganan nuestro respeto y admiración luchando en sus trincheras y pagando un alto precio por un poquito de justicia social. Lo que verdaderamente necesitamos se nos hurta, y los cuidados paliativos sólo alargan nuestra agonía.