Una nueva refriega que no debería derivar en escalada
La muerte de tres soldados y un periodista libaneses, por un lado, y de un militar israelí, por otro lado, en una refriega en la frontera entre esos dos países ocurrida ayer se enmarca en las siempre complicadas relaciones entre esos dos estados. Hay que recordar asimismo que ahora se cumplen cuatro años de la última guerra entre ambos, que tuvo como consecuencia más trágica la muerte de alrededor de 1.500 personas, la mayoría civiles libaneses, pero que supuso a su vez un duro varapalo para el Ejército sionista. No en vano se trata de la única derrota contundente padecida por la mayor potencia militar de la región, que tras 34 días de enfrentamientos tuvo que asumir que había medido mal sus fuerzas y retirarse del territorio libanés.
Con tales antecedentes y teniendo en cuenta la delicada situación en la que se encuentra el conflicto entre árabes e israelíes tras el genocidio a manos de estos últimos contra Gaza, no es de extrañar que en los diferentes organismos internacionales hayan saltado todas las alarmas. Empezando, lógicamente, por las Naciones Unidas, que desde 2006 tiene desplegada en Líbano una misión con más de 10.000 efectivos. Los 15 miembros que forman actualmente el Consejo de Seguridad de la ONU pidieron a «todos los bandos la máxima contención, ajustarse estrictamente a sus obligaciones bajo la resolución 1.701 -con la que se puso fin a la guerra de 2006- y poner fin a las hostilidades». Por su parte el líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, llamaba a sus militantes a no caer en provocaciones y a no responder a los ataques del Ejército israelí.
Mientras tanto, El Gobierno de Benjamin Netanyahu mantiene una retórica encendida al respecto y, aunque sea con la boca pequeña, mantiene este frente también abierto. Su capacidad para chantajear a la comunidad internacional no tiene límites. O, mejor dicho, nadie en esa comunidad se atreve a ponerle límites.