Arantxa Jiménez Amiga de preso político
¿Un estado de derecho?
Sólo pedimos que nuestros derechos como personas y sus derechos como presos y personas sean respetados. ¿Las leyes no son iguales para todos? ¿No tenemos todos los mismos derechos?
Hace unos días, un jueves, después de trabajar, mi compañero y yo salíamos muy ilusionados de viaje para ver a un buen amigo.
Muy ilusionados a pesar de dejar a nuestros hijos llorando porque tardarían más de un día en volver a vernos. Ilusionados a pesar de tener por delante un largo viaje de 600 kilómetros de ida y otros 600 de vuelta al día siguiente. Ilusionados a pesar del gasto económico que nos suponía en gasolina, hotel, comidas y un día de fiesta en el trabajo, porque las visitas las dan en viernes y no en fin de semana. Ilusionados a pesar de quedar en el aire la pregunta de nuestro hijo de cinco años que, con mucha más lógica que todos los políticos, preguntaba: «si en Iruñea hay una cárcel, ¿porque siempre hay que ir tan lejos a ver a Iñaki?».
Estábamos ilusionados porque después de más de un año de trabas y vicisitudes de la vida íbamos a poder abrazar a nuestro amigo y darle esos besicos que con tanto cariño le mandaban nuestros hijos, le contaríamos nuestras vacaciones, las pequeñas tonterías de la vida diaria, las gracias de los txikis y le haríamos salir por dos horas de los muros de la cárcel; eso sí, por dos horas, porque todo este esfuerzo es sólo para dos horas de visita.
Toda esa ilusión se desvaneció en el coche y se convirtió en impotencia, rabia y tristeza, mucha tristeza, cuando a 400 kilómetros de casa sonó el teléfono para decirnos que esa visita que tanta ilusión nos hacía y ya teníamos concedida había sido denegada a última hora y habían decidido que los amigos no iban a tener derecho a visitas nunca más. Sólo los familiares. A pesar de que costó años conseguir ese permiso y de que para ello tuvimos que demostrar por escrito, como nos pedían, nuestra amistad, y lo conseguimos. Un juez nos dio el permiso y ahora alguien ha decidido quitárnoslo. ¿Quién y por qué? No lo sabemos.
Tuvimos que dar media vuelta y volver a andar otros 400 kilómetros bajo una lluvia que no nos dejaba ver la carretera. Parecía que el tiempo se quejaba por nosotros, con la fuerza y la rabia con la que nosotros teníamos ganas de llorar.
No dejábamos de pensar, porque ni hablar podíamos, que no era justo. ¿Por qué nos castigaban así? ¿No son bastantes 30 años de condena para un delito sin sangre, además de la dispersión y el aislamiento, que todavía hay que hundirlos más y reducir a la nada todos sus derechos?
No dejábamos de pensar que esto no es justo y que nadie se entera de estas cosas, esto no es noticia ni sale en los periódicos, pero es una injusticia, y como todas las injusticias, hay que denunciarlas, y con estas letras esperamos que alguien más se entere de la situación en la que viven los presos políticos y sus familiares, porque lo que nos ha pasado a nosotros no es una cosa aislada, es algo habitual, que todas las semanas viven muchos presos y sus familias.
Sólo pedimos que nuestros derechos como personas y sus derechos como presos y personas sean respetados. ¿Las leyes no son iguales para todos? ¿No tenemos todos los mismos derechos? Un estado de derecho no se puede permitir doblegar voluntades utilizando atajos. No es justo.
No sé si esta carta la leerá mi amigo, pero a él y a todo el mundo quiero dejarle muy claro que por muchas zancadillas que nos pongan, nuestra amistad seguirá estando ahí y volveremos a estar juntos y abrazarnos. No sé cuándo ni cómo, pero esa ilusión no van a conseguir quitárnosla.