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Gari Mujika Periodista

Marketing político

La cultura popular esconde sabiduría acumulada que, según quien la emplee, varía en fondo y finalidad. Hay un dicho euskaldun que señala que «todo lo que tiene nombre, tiene pasado» -«Izena duenak badu izana»-. Ése es, por ejemplo, el caso de los abertzales -por supuesto radicales, como define ahora la RAE-, quienes constatan que incluso los romanos respetaron a Euskal Herria, a diferencia de otros invasores, los españoles, un Estado de cuya nación se desconoce la existencia.

Pero contamos también con gente que se hace llamar político, que siguen la senda del nazi Goebbels -«una mentira mil veces repetida se transforma en verdad»- o la de la Dama de Hierro, Margaret Thatcher, cuando decía aquello de que «de lo que no se habla, no existe». Ni Ares se cree que con retirar cuatro fotos instaura la percepción de que no existen prisioneros políticos.

Tortura. Su práctica es real, no sólo porque exista también la palabra. Pero, ¿cómo se demuestra su existencia? Una cara desfigurada, un ingreso hospitalario o años de terapia sicológica no sirve para muchos. Para algunos, todo es parte de una estrategia de ETA. Si eso fuera cierto, otro gallo cantaría en el corral.

Impunidad. Dice el juez Garzón que democracia e impunidad son incompatibles, y que los jóvenes tienen que «rebelarse y plantar cara». Este gaditano que se convirtió en el lechero de Churchill en cientos de casas de Euskal Herria ha tenido ante sí a cientos de jóvenes magullados y torturados que envió a prisión exactamente por eso, por rebelarse ante tanta impunidad.

Patriarcado. La lacra del machismo es de tal magnitud que no hay político que no alce su voz, pero la realidad no varía si el mal no se ataja de raíz. Y sin voluntad, difícil es cambiar un sistema así de podrido que fabrica maltratadores. De nada sirven anuncios tan buenos como el de «La Muñeca», que homenajea a mujeres que no siguen el patrón establecido si no van acompañados de drásticas medidas políticas, sin medias tintas.

Víctima del terrorismo. Mientras unos se arrogan la nominación de víctima cuando han sido parte del conflicto o simplemente así se han labrado un futuro, a otras les llaman accidentes laborales, violencia de género, inmigración ilegal o daño colateral de la crisis económica. Llamar a las cosas por su nombre será otra de las tareas a desarrollar para el cambio político.

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