CRíTICA cine
«Los mercenarios» Adiós al macho
A pesar de lo sicotrónico y descabellado que pueda resultar a simple vista, Sylvester Stallone pretende, en esta su etapa otoñal, dotar de cierto sentido su reencuentro con su pasada gloria mediante proyectos en los que ha resucitado a personajes como John Rambo y Rocky Balboa sirviéndose de un estilo en el que predomina un oportuno y calculado estilo crepuscular. “Los mercenarios” supone la quintaesencia de un modelo fílmico en el que se movió como pez en el agua y que aglutina buena parte de estas intenciones.
Curiosamente, y lejos de caer en el más flagrante de los ridículos, «El potro italiano» ha sabido autodiseñarse un proyecto concebido a partir de las troglodíticas bases argumentales que sustentaban las películas de acción ochenteras con las que un buen día gobernó en las taquillas, y en el que, como cabría esperar, tiene en la utilización gratuita de la violencia una de sus principales máximas. Tras prender la mecha de esta su, por el momento, última realización, Stallone aporta lo único que sabe hacer y lo demuestra con creces dando rienda suelta a un interminable arsenal de balas condimentadas con un buen puñado de gags. Más allá de las incoherencias argumentales y el habitual detonante que supone enfrentarse a un villano que ha encontrado su coto privado en la siempre recurrente Latinoamérica, todo el filme supone un calibrado homenaje a la testosterona de geriátrico y los nuevos ídolos de cine de acción que han retomado el cetro legado por Schwarzenegger, Lundgren, Stallone y compañía. Quitando un oportuno monólogo del no menos singular Mickey Rourke, el resto de la película no es más que una acelerada montaña rusa en la que predomina la diversión a golpe de gatillo.
Otro de los aspectos a reseñar es la presencia del hermano golfo de Julia Roberts, el eterno proscrito Eric Roberts, ejerciendo de villano recalcitrante.