Euskal Herria jaietan
La Aste Nagusia de Bilbo, un espacio conquistado por el movimiento popular
Karmelo Landa integró la primera comisión de fiestas junto a 21 vecinos elegidos de manera democrática. Corría julio de 1978 y se personaron ante el Consistorio franquista de la ciudad para advertirles de que, esta vez, sería el pueblo quien organizara las fiestas. Así se hizo. Veintitrés comparsas se formaron en un tiempo récord, nació Marijaia y los bilbainos, según Landa, «estrenaron su libertad». Una libertad que ahora está en juego.
Oihana LLORENTE
La capital vizcaina sucumbirá hoy ante la semana más grande del año. Marijaia arribará esta tarde al Arriaga donde le esperarán sus fieles, pero más cabizbajos que otros años y con un pañuelo negro al cuello. Dos huecos vacíos en el Arenal harán ver a la musa de la fiesta el veto que les ha impuesto Azkuna a Kaskagorri y a Txori Barrote. No es el único atropello habido desde que el pasado año abandonara Bilbo.
El modelo festivo plural y participativo está en el punto de mira. Ahí lo ha querido situar el Ayuntamiento, que pretende imponer sus criterios en un espacio festivo que es más remoto que la propia corporación municipal. Karmelo Landa, conocido independentista y profesor de la UPV, no tiene dudas al respecto y sentencia que ese motivo, y muchos más, hacen que «la legitimidad democrática» esté en manos de la comisión de fiestas popular y las comparsas.
Habla con conocimiento de causa, y es que fue partícipe, allá por el año 1978, de la primera comisión de fiestas de Bilbo.
La Semana Grande que tenía lugar bajo el régimen franquista se reducía a hacer coincidir en agosto a los toros y a la ópera, lo que provocaba, según recuerda Landa, una fiesta «totalmente elitista» que despoblaba a la capital vizcaina; «todo el mundo huía, Bilbo se vaciaba y parecía un desierto», recuerda.
Tras la muerte de Franco la reivindicación en favor de unas fiestas participativas fue cogiendo fuerza hasta obligar al Consistorio, aún franquista y bajo el mandato de Jose Luís Berasategi, a lanzar un concurso de ideas para revitalizar el caduco modelo festivo.
El proyecto presentado por Txomin Barullo, asociación cultural vinculada a EMK y de la que entonces formaba parte Landa, ganó el concurso. La activación vecinal hizo que aquel proyecto, además de recibir un galardón, recibiera el respaldo popular, que 32 años después se mantiene intacto.
El anhelo de hacer realidad la propuesta festiva llevó a Txomin Barullo a convocar una asamblea en la biblioteca Bidebarrieta que, como recuerda Landa, fue «un éxito» y en la que participaron numerosas asociaciones vecinales, grupos de danza, de txistularis... «Allí, entre todos, de forma democrática, y teniendo en cuenta la pluralidad de los reunidos, se eligió a los 22 componentes de la primera comisión de fiestas», subraya orgulloso Landa, uno de aquellos veintidós.
Estos ciudadanos se personaron en el Salón Árabe del Ayuntamiento para informar sobre su nuevo nombramiento, como integrantes de la comisión de fiestas, y de su intención de comenzar con las labores de organización de la Aste Nagusia, que se encontraba ya a la vuelta de la esquina. Landa aclara que la Corporación municipal intentó boicotear esta pretensión, pero apunta que ante la «falta de argumentos democráticos para ello», debido a la legitimidad con la que contaba la comisión festiva, el Ayuntamiento tuvo que cesar; «hasta tal punto, que el alcalde se fue de vacaciones», apostilla Landa.
Las trabas del Consistorio no consiguieron frenar la activación popular y en pocas semanas se puso toda la maquinaria en marcha, definiendo el centro festivo, -el Arenal y la parte vieja- y un programa basado en la participación de la ciudadanía. A juicio de este profesor, la mayor aportación fue la creación de lo que se convertiría años después en la base y el soporte de este modelo festivo: las comparsas.
Recuerda que a dos escasas semanas del inicio de la Aste Nagusia animaron a los vecinos a formar estas comparsas. Un llamamiento que resultó exitoso, ya que, como recuerda, fueron 23 las comparsas que participaron en aquella primera edición. «Aquella edición pasó a la historia. Fue una explosión de fiesta, se podría decir que Bilbo estrenó su libertad en la primera Aste Nagusia», asegura emocionado Landa.
Admite que la idea de las comparsas estuvo inspirada en las peñas iruindarras, pero que quisieron modificar esta idea teniendo en cuenta las necesidades de Bilbo. De este modo, según detalla, a cada comparsa se le ofreció la posibilidad de colocar una txosna en el Arenal con la condición de que aportara en la fiesta; «buscábamos compromiso, una actitud participativa por parte de las comparsas», aclara.
Un compromiso que no tardó en florecer. La imaginación se apoderó de Bilbo en aquella primera Aste Nagusia. Muchas fueron las comparsas que colocaron un escenario al lado de su txosna y las que deleitaron con un programa propio, donde la ironía y el buen humor fueron los ingredientes indispensables. Landa recuerda los noticiarios irónicos o las comparsas que, a falta de charanga, se hicieron instrumentos de cartón con los que hacer ruido.
Mari se convierte en Marijaia
Aquel arranque de la Aste Nagusia fue una vorágine: la creación de la comparsas, las txosnas... y, cómo no, el nacimiento de Marijaia. Landa recuerda cómo nació, de la mano de Mari Puri Herrero, la que hoy es musa de la fiesta. «La comisión tenía claro que la referencia simbólica debía de ser una mujer, con miras al futuro, pero arraigada al pasado de Euskal Herria, y qué mejor inspiración que Anbotoko Dama», se pregunta Landa.
La Aste Nagusia se gestó en muy pocas semanas, pero gracias al compromiso de decenas de agentes. Esta labor hizo que en aquel agosto de 1978 el Arenal bilbaino se convirtiera en el «espacio donde los bilbainos estrenaron su libertad tras la muerte de Franco».
Un espacio que, pese haber ido ganando adeptos en estas tres décadas y contar la mayor legitimidad democrática, se encuentra de nuevo en el punto de mira.