Belén MARTÍNEZ Analista social
A desalambrar
En 1989 era demolido el muro de Berlín. Para algunos, este hecho significaba la reconciliación de dos mundos aparentemente inconciliables. Parecía que una nueva era se inauguraba. Han trancurrido dos décadas y, sin embargo, a lo largo y ancho de nuestras geografías se siguen construyendo muros, zonas vacías, líneas verdes o alambradas eléctricas.
Construidas a base de cemento, arena, hierro y prejuicios, y provistas de cámaras de vigilancia y detectores térmicos, las barreras -nos dicen- garantizan la salvaguarda de nuestro Welfare State. Eufemismo aceptable para quienes enarbolan una ideología que expresa la voluntad y el deseo de determinados grupos de vivir en un estado de protección y seguridad permanentes.
La guerra de las galaxias es un fiasco. Los seguidores de Samuel P. Huntington pueden sentirse reconfortados. La Europa fortaleza se erige fundamentalmente contra personas migrantes y refugiadas económicas. El terrorismo es el pretexto. La lucha contra supuestas civilizaciones hostiles contrarias a la nuestra, la justificación. El miedo anima la tensión. La xenofobia, la atiza. Las políticas de control y seguridad -denominadas genéricamente «contraterroristas»- producen expulsiones, confinamiento y deportación, y generan segregación y apartheid. Reproduciendo el lenguaje de Schengen, hablamos de «centros de retención», en lugar de cárceles. Decimos «técnicas de interrogación reforzadas», en lugar de tortura.
Los limes del imperio romano fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Las expulsiones «voluntarias» de roms (Roma) deberían ser consideradas como crímenes contra la humanidad.