Mario Iceta ha sido nombrado obispo de Bilbo por el Papa Benedicto XVI. Su nombramiento era conocido y no ha causado sorpresa. Se cierra así el círculo que venía construyéndose para la reconquista de la Iglesia vasca y la restauración de un modelo eclesial preconciliar que comenzó en Iruñea con el nombramiento del arzobispo castrense Francisco Pérez; siguió en Baiona con la elección del integrista Marc Aillet; y posteriormente nombraron al inefable Juan Ignacio Munilla, conocido ultraconsevador y españolista, como obispo de Donostia. El nombramiento de Iceta, simpatizante del Opus Dei y apadrinado por Rouco Varela, cierra, pues, un círculo y sitúa a la jerarquía de la Iglesia vasca en sintonía con viejos valores del nacional-catolicismo.

Iceta, antiguo responsable de la Comisión de Inversiones de Caja Sur, que fue a la bancarrota, no ha perdido el tiempo para posicionar su línea. Mimetizando el discurso de Ares, anima a «deslegitimar el terrorismo para conseguir la paz», compara el aborto con la esclavitud o el nazismo y anuncia su adhesión al proyecto de vaticanización de la Iglesia vasca. Sin titubeos ni reticencias, impondrá con más fuerza la obediencia incondicional que la libertad cristiana, la sumisión al dogma por encima de la responsabilidad que nuestro pueblo y el tiempo que vivimos exigen. Recientemente hemos conocido intentos de destierro de un miembro de la comunidad franciscana de Arantzazu por ser «agua sucia que contamina a todos», o la retirada de libros «herejes», como el de Pagola «Jesús, una aproximación histórica», de las librerías diocesanas. No serán los últimos capítulos de la caza de brujas. La apuesta de imponer obispos y normas que desautoricen el abertzalismo en aras al nacional-catolicismo es de calado y con misión de reconquista y restauración.

Los pastores de la iglesia pretenden apacentar el rebaño en un pasto de ultranacionalismo español y dogmatismo conservador. Pero en este país el verdadero espíritu cristiano tiene el suficiente nervio y musculatura para hacer frente a ello desde dentro. Y socialmente, esa apuesta la tienen perdida.