El sábado, antes del partido contra el Almería, José Antonio Camacho dijo no entender las malas vibraciones de la afición rojilla. Y las atribuyó a los malos resultados de la pretemporada, mostrando así su evidente ignorancia respecto a los códigos del club rojillo, y de todos los clubes vascos en general. El malestar de la afición navarra tiene otro motivo más marcado y que, curiosamente, parece despreocuparles tanto a él como al presidente, Patxi Izco. Por primera vez en 90 años de historia, en el debut liguero sólo hubo dos jugadores crecidos en casa en el once inicial.

Esto convirtió a Osasuna en el equipo que menos cantera alineó de salida, sólo superado por el propio Almería, el Getafe, el Deportivo -que no utilizaron a ninguno-, el Hércules -Kiko Femenía-, el Villarreal -Bruno-, el Sevilla -Jesús Navas- y el Zaragoza -Ander-. Muy lejos queda ya competir, como antaño, con el Athletic (ocho canteranos el sábado), la Real (siete) o el Espanyol (también siete).

Resulta decididamente sorprendente que ni siquiera se haya remarcado este dato como noticia, cuando Osasuna siempre ha presumido de cantera y cuando entrenadores como Javier Clemente acaban de declarar que la de Tajonar es la mejor factoría futbolística vasca. Es cierto que ya no cabe evocar el romanticismo de 1980, cuando Osasuna se plantó en Primera con un once íntegramente navarro (los famosos «indios», por el modo en que arrollaban al rival al inicio de los partidos). Siendo realistas, en los últimos años la media de jugadores made in Tajonar en el once inicial ya solía ser de cinco o, el curso pasado, de cuatro. Pero ahora la pérdida de peso específico de Patxi Puñal y la marcha de Azpilicueta han dejado escuálido al once.

Se podrá argumentar que el adiós de jugadores como Raúl García, Javi Martínez o, este mismo año, César Azpilicueta, ha sido inevitable por su proyección y por la necesidad de cuadrar las cuentas. Pero también es cierto que en los últimos años se ha dejado ir con ligereza a jugadores de la casa con marcado compromiso como Javier Flaño, Iñaki Muñoz o Iñaki Astiz, que triunfa en la liga polaca. Y que hay jugadores en el mercado con ADN rojillo -por origen geográfico y por cualidades- que tampoco parecen haber merecido la atención de la directiva, ni siquiera ahora en que la navarrización del equipo empieza a ser una cuestión urgente salvo que Osasuna se quiera equiparar al Getafe o el Hércules.

Basarse en jugadores de fuera no sólo repercute negativamente en el nivel de compromiso -ahí está el revelador episodio del plante de los iraníes-, sino también en el patrimonio económico. En los últimos cinco años, la confianza puesta en la cantera por Javier Aguirre o por el Cuco Ziganda se ha traducido en 31 millones de euros de ingresos para las arcas rojillas (doce por Raúl García, seis por Javi Martínez, cinco por David López y se prevé que unos ocho por Azpilicueta).

El capital acumulado que tiene ahora Osasuna, si atendemos al once de Camacho, es mínimo. En la rampa de lanzamiento sólo está ahora Natxo Monreal. Detrás, la nada.

Al margen de los comentados vídeos de Youtube sobre sus momentos de éxtasis en Sudáfrica, cada uno pensará lo que quiera de Camacho y su compromiso real con Osasuna. Pero el dato objetivo es que sus contratos son de un año, lo que conduce a que lógicamente plantee el futuro sólo para salvar esa temporada siguiente. Y el murciano no duda en justificar públicamente que prefiere jugadores veteranos para salvarse, lo que ha convertido a Osasuna también en pésima noticia por otra cosa: tiene la plantilla más veterana de la Liga.

Aunque los rojillos se salven este año, el que viene estarán abocados a una regeneración casi total por las edades de Pandiani, Sergio, Josetxo, Puñal o Ricardo, a los que siguen los también treintañeros Camuñas, Soriano, Aranda o Nekounam. O sea, ocho de los once titulares del domingo. Siga o se vaya, Camacho habrá dejado todo ese trabajo sin hacer.

Esto puede entrar dentro de la lógica de cualquier entrenador que firme de año en año. Pero en esos casos es imprescindible que la directiva juegue un papel equilibrador, diseñando un proyecto paralelo a largo plazo que garantice la supervivencia directiva del club. Sin embargo, Izco se decanta por no incomodar a Camacho, quizás temiendo uno de sus famosos portazos.