Lo que es de Disney siempre vuelve a Disney, por lo que parece lógico que esta superproducción de Jerry Bruckheimer haya acabado en manos de la compañía de Burbank, a pesar de que el nombre de Bruckheimer vaya asociado al de películas de acción violenta. La explicación es que «El aprendiz de brujo» es un proyecto personal del actor Nicolas Cage quien, para poderlo sacar adelante, ha tenido que contar con el productor de sus películas más caras en Hollywood, así como con el director de la taquillera saga de «La búsqueda».

Nicolas Cage dice estar obsesionado con el clásico de la animación «Fantasía» y, en especial, con el episodio de «El aprendiz de brujo», al que atribuye su doble afición por el cine y la música clásica. Por fin ve cumplido su sueño de hacer una película en imagen real inspirada en aquella creación de dibujos animados protagonizada por Mickey Mouse.

El capricho del sobrino de Francis Ford Coppola ha salido muy caro, toda vez que el presupuesto final se ha acercado a la peligrosa barrera de los 200 millones de dólares. La consecuencia más evidente al ver el resultado en pantalla es una sobrecarga de costosos efectos especiales, que se comen cualquier asomo de narración dramática. Lo malo es que los efectos digitales no garantizan el poso mágico que pretende tener esta libérrima versión de «El aprendiz de brujo», y a la película le falta corazón.

Ya se sabe que Nicolas Cage es un actor temible en grandes producciones, mientras que en las independientes suele estar más desinhibido y genialmente loco. No es de extrañar, en consecuencia, que Alfred Molina le supere de largo, al verse beneficiado por el papel de villano de la función. El duelo entre ambos se ve lastrado por el protagonismo del joven Jay Baruchel, que es la sosez personificada. Es difícil de creer que este panoli sea el elegido como aprendiz del mago Balthazar para salvar al mundo de las garras del malvado Horvath. Y es que su heroicidad se basa en los poderes sobrenaturales que le otorga el equipo de F/X.