Las dos propuestas liederísticas de la Quincena Musical han llegado juntas en el tiempo: el martes fue el recital de Ewa Podles y, un día más tarde, el que nos ocupa, a cargo de Angelika Kirchschlager e Ian Bostridge. Curiosamente, los dos recitales no podían haber sido más diferentes entre sí. El de Podles fue el recital de una cantante estrella de enorme personalidad, y el del miércoles, el de dos grandes profesionales del lied -tres contando al pianista Julius Drake- que se saben todas las triquiñuelas del género. El «Spanische Liederbuch» (Libro de canciones españolas) de Hugo Wolf toma como punto de partida traducciones alemanas de antiguos textos del Arcipestre de Hita, Lope de Vega, Juan López de Úbeda y muchos más. Se trata de un ciclo largo y complejo, con composiciones de una extraordinaria contrición y sobriedad, las llamadas «Canciones espirituales», enfrentadas a «Canciones mundanas» de carácter mucho más ligero.

Fue una decisión arriesgada de los intérpretes el dejar todas las «Canciones espirituales» para el principio del recital. Hubo momentos de impactante belleza y emotividad, como el «Mühvol komm' ich und beladen» que cantó Kirchschlager, o el «Ach, wie lang die Seele schlummert» de Bostridge. Pero, tras 40 minutos de canciones dolientes, nosotros también empezábamos a sumergirnos demasiado en la oscuridad. Hasta que, de repente, Julius Drake arremetió con «Klinge, Klinge, mein Pandero», y el ánimo de la sala resucitó súbitamente. Desconozco si lo habían planeado para que fuera así, pero el efecto les salió a la perfección. Lo que quedó del recital, fue un gozo detrás de otro gracias a la preciosa voz de la Kirchschlager, la imponente presencia y saber hacer de Bostridge y, mención obligatoria, el talento y sabiduría de Julius Drake, que hiló todos los mimbres para que aquella llegara a ser una velada liederística del más alto nivel.