«Cuando concedes libertad, salen cosas en los conciertos que son irrepetibles»
Pianista y compositor de jazz
El pianista dominicano Michel Camilo es una de las grandes estrellas del firmamento del Latin Jazz. No obstante, su formación de conservatorio le ha hecho volver repetidas veces al repertorio clásico, especialmente a la música para piano de George Gershwin. Estos días estará en Euskal Herria presentando sus propias creaciones para piano y orquesta sinfónica, en una serie de cuatro conciertos junto a la Orquesta Sinfónica de Euskadi.
Mikel CHAMIZO | DONOSTIA
Esta semana echa a andar el nuevo proyecto de la Orquesta Sinfónica de Euskadi, KlasikAT, nombre que surge de la fusión de los términos en euskara «klasiko» y «at», «fuera de». Inauguran la iniciativa con la participación del pianista de jazz Michel Camilo, esta tarde en el Teatro Arteria Campos Elíseos de Bilbo. Desde mañana y hasta el viernes visitarán, sucesivamente, el Baluarte de Iruñea, el Kursaal de Donostia y el Teatro Principal de Gasteiz.
¿Cómo surgió esta colaboración con la Orquesta Sinfónica de Euskadi?
La propuesta vino de la OSE con su proyecto KlasikAT, que busca ir un poco más allá de la música clásica mediante conciertos eclécticos con otras influencias. Me interesó y me apunté a la idea de inmediato. Además, quería colaborar con la Orquesta Sinfónica de Euskadi, porque había oído mucha veces hablar de ella y de su calidad.
¿Qué músicas va a tocar junto con la orquesta?
Es un programa que ha cosechado mucho éxito y que ya se ha tocado sesenta y tres veces a lo largo y ancho del mundo. La pieza central es mi «Concierto para piano nº1», que me encargó y estrenó la Orquesta Nacional de los Estados unidos en 1998, dirigida por Leonard Slatkin. Se trata de un concierto en tres movimientos a la manera clásica, pero planteado de una manera autobiográfica. El primer movimiento me retrata estando en el Caribe y se nutre de la simbología y los misterios de las religiones africanas, de cantos folclóricos y de montaña. Todo eso está amalgamado en una forma musical de tipo rapsódico. El segundo movimiento es una balada llena de anhelo, pues me representa a mí ya con los ojos puestos en mi partida a Nueva York, en el 79. Esta balada contiene bellos recuerdos de mis seres queridos, padres, amigos y de mi cultura, cuando estaba a punto de dar el salto del Caribe a Norteamérica. El tercer y último movimiento está lleno de ritmo, intensidad y energía, pues simboliza el encuentro con la gran urbe y con sus rascacielos. Aquí se encuentran representadas mi ansia por hacer realidad mi sueño musical y la electricidad que desprende una ciudad como Nueva York.
Hay otra pieza compuesta por usted, una «Suite» para piano, cuerdas y arpa.
Sí, es una suite de jazz en cuatro movimientos, para los que elegí varias piezas de mi repertorio de trío adaptándolas para esa instrumentación de piano, orquesta de cuerdas y arpa. Con esta «Suite» se completó una grabación del 2000 para el sello Decca con la orquesta sinfónica de la BBC, y se tocó también en los famosos Proms de Londres. Tanto la «Suite» como el «Concierto» son obras bastante virtuosas, requieren mucha precisión y diferentes texturas, porque cohabitan en varios mundos, no solamente en la clásica y el jazz. Pero normalmente gustan mucho y consiguen enganchar a la gente.
¿Tan centrado como está en el jazz, por qué se animó a escribir estas obras sinfónicas?
La motivación inicial llegó de Leonard Slatkin, que es un fanático del jazz. Fui de gira por Europa con las hermanas Labèque (son de Donibane Lohizune), estrenando una «Rapsodia» para tres pianos, y fueron ellas me presentaron a Slatkin. Entonces, una noche de 1997 éste se me apareció en un concierto que di en un club de Nueva York. Le encantó que mis obras para trío no son pura improvisación, sino que están muy estructuradas. Eso es cierto, porque tiendo a pensar en el trío como si fuera una pequeña orquesta de cámara. Slatkin me preguntó si le gustaría colaborar con él, yo le propuse tocar algo del repertorio clásico, pero al final me convenció para hacer algo mío. Me gustó la idea, que me llevaba de vuelta a mi formación clásica y a mis estudios de composición y orquestación.
¿Qué tal se las apañan los músicos de las orquestas? Supongo que muchos no están acostumbrados a tocar jazz.
Yo creo que los músicos se lo pasan muy bien tocando estas obras. Se entregan al servicio de la música, que es lo importante, y al final siempre surge el concertante, ese dialogo entre solista y orquesta, ayudados por el director. Se crea un ambiente de camaradería. Además, ten en cuenta que este tipo de experimentos son muy enriquecedores para los músicos. Rompen esquemas y eso siempre es bueno, derribar muros y separaciones, como si la música clásica estuviera al margen de todo lo demás. Los puentes entre el jazz y la clásica no son una novedad, ya los tendieron Stravinsky, Debussy, Milhaud... todos ellos vieron las posibilidades inmensas que se podían derivar de coger elementos de diferentes tipos de música y mezclarlos.
Usted es muy exigente con los músicos de su Big Band. En una ocasión dijo que «sólo la saca del garaje cuando consigue que lo que tocan esté perfecto». Los tiempos de ensayo con una orquesta suelen ser muy cortos. ¿No le da miedo no poder conseguir que toquen como usted desearía?
Bueno, me tranquiliza el saber que la orquesta tiene las partituras desde hace tres meses, así que yo solamente llego y pulimos ciertos pasajes. Además, aquí dirige el maestro Ruben Gimeno, con quien nunca he colaborado pero que fue alumno de Slatkin, así que ahí hay algo que nos vincula. Además las obras ya están grabadas, es fácil saber cuales son mis ideas acudiendo al disco. Es verdad que soy conocido entre los músicos por mi gran exigencia, que también aplico a mi persona. Pero en los últimos años he hecho mía una frase que le decía a Slatkin su madre, que era una gran chelista, cuando se equivocaba: «No lo pases tan mal, lo que falle en un concierto saldrá mejor en el siguiente». He aprendido a no ser tan obstinado, me he suavizado un poco. Cuando concedes un poco más de libertad expresiva, a veces salen cosas en los conciertos que son únicas e irrepetibles. He intentado dar un paso en esa dirección.
En Euskal Herria hay mucha afición por el jazz. ¿Qué mensaje le enviaría a los aficionados al jazz para que se acerquen a este concierto sinfónico, y, al contrario, a los amantes de lo clásico para que vayan a escuchar esta fusión con jazz?
Puedo asegurar a ambos públicos que se lo van a pasar muy bien, porque siempre ha ocurrido así. La ecuación del público que ha asistido en otros lugares del mundo ha sido aproximadamente cincuenta a cincuenta. Lo noto en cosas como que mucho público aplaude tras cada movimiento, algo que no es habitual en la tradición clásica. Pero está bien que se dejen llevar por la curiosidad y que terminen disfrutando. Lo importante es que estas obras, cuando fueron creadas, tenían la motivación de nadar en varias aguas. Slatkin quería una música que contuviera mis tres mundos: el Caribe, mi amor por el jazz y mi formación clásica. Fue un reto plasmar esos tres mundos en estas obras, y lo es cada vez conseguir que los músicos de la orquesta lo sientan y lo sepan comunicar.
Las obras ofrecen algo a cada tipo de público. Durante la «Suite» hay momentos de improvisación, más jazzísticos. Sin embargo, el concierto está construído sobre estructuras muy clásicas. Hay también partes de blues y referencias a otros estilos. Las orquestas que las han tocado anteriormente lo han dado todo, y sé que con la Orquesta Sinfónica de Euskadi va a pasar lo mismo y que el público vasco sentirá energía y honestidad en nuestro esfuerzo por ofrecerles un buen espectáculo.
Una de las últimas veces que se ha hecho este programa ha sido con la Orquesta Filarmónica de los Ángeles en el Hollywood Bowl. Acudieron diez mil personas, fue algo apoteósico. Me gustaría que aquí se volviera a repetir esa sensación.
«Este tipo de experimentos son muy enriquecedores para los músicos. Rompen esquemas y eso siempre es bueno: derribar muros y separaciones»
«Mi `Concierto para piano' es un concierto en tres movimientos estructurado a la manera clásica, pero planteado de una manera autobiográfica»
Los referentes jazzísticos de Michel Camilo son bien conocidos, en especial su inmenso amor por la música de Art Tatum, pero ¿cuáles son sus referentes en el mundo de la música clásica? «El primero que me viene a la mente es Gershwin -confiesa el dominicano-, lo he admirado y lo he estudiado mucho y en los últimos quince años no he parado de tocarlo por todos los lados». Camilo grabó el «Concierto en fa» y la «Rapsody in Blue» de Gershwin hace unos años para el sello Telarc, disco que le valió un Grammy Latino. «Es un compositor que trató de mezclar las raíces del blues y del jazz con la clásica y lo hizo muy bien, por eso he tratado de entenderlo a fondo -continúa Camilo-. Me ha halagado mucho que la Fundación Gershwin me haya invitado a simposios sobre su música y que el Congreso me regalara dos páginas manuscritas del `Concierto en fa'». Pero Gershwin no es el único autor en el universo clásico de Michel Camilo. «También me encanta otro fanático del jazz, Stravinsky. Su música está llena de energía y ritmo, y sus orquestaciones son brillantes».
Dentro de esa línea de autores que mezclaron la música clásica con otros géneros, no podía faltar la figura de Bernstein. «Nadaba en muchas aguas -explica el pianista-. Estaba metido en la clásica pero también en los teatros de Broadway, donde estuvo trabajando durante cinco años mientras estudiaba en la Julliard School of Music».
Además de a compositores con inclinaciones hacia el jazz, Camilo se siente muy cercano a la escuela romántica del piano, nombres como Liszt o Chopin, y también al romanticismo caribeño de un autor como Lecuona. En cuanto a pianistas, se confiesa gran admirador de Glenn Gould, «por su eclecticismo y su visión innovadora y totalmente original. Era un geni»». Otros pianistas referenciales para él son Arturo Benedetti Michelangeli, que representa «la perfección absoluta», y Rachmaninov, que fue un gran amigo y admirador de Art Tatum.
Pero, si hay una obra musical que ha sido importante para Michel Camilo, ese es sin duda el «Concierto en sol» de Maurice Ravel. «Para mí no hubiera habido una carrera en el jazz sin el segundo movimiento de ese concierto para piano -reconoce el famoso pianista dominicano-. Todo esa sonoridad impresionista mezclada con los toques de jazz, fue algo revolucionario en su día y sigue siendo único aun hoy». M.C.
«En Los Ángeles tocamos en el Hollywood Bowl y acudieron diez mil personas, fue algo apoteósico. Me gustaría que aquí se volviera a repetir esa sensación»
«Las hermanas Labèque me presentaron a Slatkin. Le encantó que mis obras para trío no son pura improvisación, sino que están muy estructuradas»
«La ecuación del público que ha asistido en otros lugares del mundo ha sido aproximadamente cincuenta a cincuenta entre jazzístico y clásico»