ESZENAK
Enmudecimiento
Josu MONTERO I Escritor y crítico
Una actriz de teatro es la protagonista de “Persona”, una de las más extrañas películas de Bergman. Una veterana y gran actriz que durante una representación de “Electra” se queda muda e inmóvil durante un interminable minuto al cabo del cual retoma su papel y aquí no ha pasado nada. Pero al día siguiente nadie es capaz de hacerle pronunciar ni una sola palabra. Y seguirá muda durante meses. Los exámenes médicos –físicos y psíquicos– a los que es sometida dictaminan que su salud es perfecta. El silencio de Elisabet Vogler –que así se llama la actriz– es pues voluntario; así lo entiende la doctora, y amiga de Elisabet, que la anima a llevar esa apuesta por el silencio hasta el extremo, y para ello le presta su solitaria y aislada casa de la costa y le facilita una solícita y joven enfermera que cuide de ella, Alma.
«Será la historia de una persona que le habla a otra que no dice nada. Después comparan sus manos, y finalmente se funden en un abrazo», así explicaba el director de la película. Bergman, que dirigía entonces el Teatro Nacional de Suecia, acababa de sufrir una bronconeumonía a la par que una honda crisis personal y profesional. Fue entonces cuando en una foto descubrió el asombroso e inquietante parecido entre Liv Ullman y Bibi Andersson, las dos protagonistas de “Persona”.
A diferencia de la literatura, en el cine y en el teatro todo sucede de la piel de los personajes para afuera; de hecho, mostrar lo que sucede dentro del personaje, cómo hacerlo, suele ser el problema a resolver. Aunque Bergman se desentendió de todas las interpretaciones que se aventuraron sobre su película y confesara que con “Persona” había conseguido «mandar al infierno el evangelio de la comprensibilidad que me metieron en la cabeza», al final parece evidente que casi todo en la película sucede dentro de un único personaje femenino que utiliza el silencio y la soledad externa para desdoblarse en dos o en tres –Elisabet, Alma, la doctora– y escenificar ante nuestros atónitos ojos su crisis purificadora, su drama personal: desata su identidad constreñida y despliega sobre el escenario sus contradictorias personalidades. El conflicto dramático más esencial y puro. Bergman confesó más tarde que hacer esta película le salvó la vida.
Justamente una actriz, consciente y harta de representar, pero no de hacerlo sobre el escenario, sino el resto del tiempo; harta de falsificaciones y de máscaras. Sus papeles en el teatro le han dado fuerzas para representar los otros papeles, los de la realidad. Enmudecer para no mentir, para renunciar a representar papel alguno. «Se trata de tantear con cuidado el nervio del dolor. Tenemos que tocarlo, sea como sea. De lo contrario, todo irá a peor», le dice la doctora. Elisabet mueve la cabeza de un lado a otro, se resiste, sabe que será doloroso, que habrá de zarandearse, de dañarse, de herirse a sí misma para recuperar la voz y la palabra, que habrá violencia y lágrimas y sangre, también metafórica sangre en la boca. En este duelo –de pugna y de dolor– el silencio exasperante de una provoca, poco a poco primero y torrencialmente después, las palabras de la otra, de la enfermera Alma; hasta que se da cuenta –el silencio de la actriz se lo muestra crudamente– de que sus palabras suenan falsas, artificiales, afectadas, impostadas, de que siempre las palabras sobreactúan y nos arrastran con ellas.
Nórdica ha editado este libro peculiar que desde luego es más un subyugante texto literario que un guión cinematográfico al uso.