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Alvaro Reizabal Abogado

Cuando una amiga se va

Sabíamos de su enfermedad, pero uno siempre quería creer que iba a superarla, o cuando menos, que no se iría tan súbitamente, tan brutalmente. Ahora llega la hora del dolor y hasta del autorreproche

La depresión post vacacional se presentaba este año aún más dura que de costumbre. Al pensar que ya se acaba el verano, que no se podrá ir a la playa a achicharrarse o a ser victima de las carabelas portuguesas hasta que no atravesemos el largo desierto del invierno y sus prolongaciones, había que añadir, en mi caso, la reciente llegada a la tercera edad, algo inimaginable para mi hasta hace, como quien dice, dos días, en que uno se movía en el mundo de los abogados jóvenes y otras chiquillerías por el estilo.

Soy consciente de que a partir de ahora mis opiniones no serán consideradas chorradas como antes de llegar a la provecta edad, sino que, muy por el contrario, serán los sabios consejos de un respetable anciano, y que para muchas culturas, como la gran sabiduría china, por ejemplo, llegar a los sesenta es alcanzar un estatus de máxima reverencia. También me han informado de que Renfe hace grandes descuentos y que, si no fuera porque no tendré tiempo, podría viajar con el Inserso a precios tan económicos que hacen más rentable el viaje con pensión completa (vino incluido) que quedarse en casa. Sé, también, que en el transporte publico tendré derecho preferente a ocupar los asientos reservados a embarazadas y ancianos... Como puede observarse un gran abanico de ventajas.

Claro, que todas ellas evidencian que esta breve historia que es la vida va a toda prisa y que si suele decirse a vivir que son dos días, a uno le quedan, con mucha suerte, 0,20. Así que habrá que tratar de disfrutar con la traca final. La cruda realidad es así, hay lo que hay y no hay más vueltas que darle, y atenerse a las consecuencias. En éstas estaba, tratando de readaptar el organismo a la vida laboral cuando sonó el teléfono. Sólo tres palabras: «Bea ha muerto». Un mazazo.

Sabíamos de su enfermedad, pero uno siempre quería creer que iba a superarla o, cuando menos, que no se iría tan súbitamente, tan brutalmente. Parece como si a los que queremos, nunca les pueden ni deben ocurrir estas cosas. Nunca viene bien. Ahora llega la hora del dolor y hasta del autorreproche por aquella comida o cena que siempre teníamos pendiente y nunca llegamos a hacer, porque quedaba aparcada hasta más adelante. Y también del permanente, obsesivo recuerdo, que impide pensar mas allá del «no volveremos a verle» ante cualquier circunstancia de la vida que imaginemos. Pero también de recordar los momentos felices que vivimos juntos: aquellas fiestas de Olazti, los últimos potes que tomamos juntos o las tertulias de fin de semana en el Garagar.

Agur Bea. Te has ido callando, sin haber visto la salida de Miren y, con ella, de todos los presos, sin vivir en una Euskadi independiente y libre, pero para eso queda tu hijo que toma el relevo. Y, además, te has ido sin ver los cuatro txitxarros que se comió Reina, el más «simpático» de los ídolos de la Roja. Pero tranquila, que todo eso ya te lo contaremos luego. Muxu bat.

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