Iñaki LEKUONA Periodista
La increíble democracia menguante
El diario «The Economist», abonado a los fotomontajes en portada, muestra en su última edición una imagen de Carla Bruni perseguida por un gorro napoleónico bajo el que se esconde un pequeñísimo Nicolas Sarkozy del que sólo se distinguen sus botas, eso sí, con calzas. El título: «El increíble hombre menguante». Sostiene el semanario británico que el presidente de la República francesa es una versión reducida del que ganó las elecciones en 2007. Ya no es aquel tipo al que el mismo «The Economist» comparaba con Bonaparte y que prometía cambios profundos en la forma de gestionar el país.
Es posible que el líder de la derecha haya menguado, pero es que antes tampoco era muy grande. Porque su pretendida altura no era más que el reflejo de una arrogancia y un ego imperiales. Lo que en estos tres años sí se ha visto reducida es la calidad democrática de un país que ha comenzado a dar signos de putrefacción. Tal es el hedor que desprenden asuntos como la expulsión de los rom, que incluso en Europa se tapan las narices sin cerrar los ojos.
Cierto es que la pretendida democracia francesa, como demuestra la española estos días, nunca ha estado del todo sana. Sobre todo, y como sucede con Madrid, los síntomas de su enfermedad aparecen sin rubor en aquellos miembros del Estado encargados de mantener la unidad indivisible del territorio, como los ministerios de Interior o los tribunales de excepción que por su carácter excepcional son contrarios a todo espíritu democrático.
Por ello, aunque pueda decirse que Sarkozy mengua, como mengua Zapatero, lo que realmente se reduce a la mínima expresión es la democracia, si algún día existió.