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Chabrol y Zinemaldia

Iratxe FRESNEDA | Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Lo suyo fue una relación fructífera, casi amorosa. Chabrol era amante de la buena vida y Donostia se la ofrecía en bandeja de plata cada vez que acudía a su encuentro.

Visitó Zinemaldia en calidad de presidente del jurado, de gourmet, o como «concursante». Le gustaba venir. Me dijo en una ocasión que acudiría a cualquier precio: «Me encanta esta ciudad, este festival, vendría incluso a barrer los cines». Este año no tendremos la suerte de encontrarnos con él, de volver a escucharle. Con él se ha ido algo del espíritu rebelde que debería habitar en cualquier cineasta; con él, también se va un tipo de personaje que frecuentaba el festival. Gentes, que más que directores de cine en busca de notoriedad, amaban un oficio. Sabían de cine y sabían hacer cine. En la última entrevista que tuve el placer de realizarle hace unos años, me confesó que ya no sentía ningún temor a rodar. «Estoy seguro de lo que hago, puede parecer pretencioso, pero, a medida que pasan los años, estoy cómodo con lo que hago. Ahora tengo instinto para lo que puede interesar o no, insisto, el tiempo me ha ayudado a dominar mi oficio», decía. Un oficio que cada día tiene más adeptos, que cada día pierde a alguno de sus pilares. Unos se van y otros llegan. El relevo generacional acerca hasta Zinemaldia otros estilos, otros modos, otro tipo de cineastas. Los tiempos han cambiado y los personajes que nos encontraremos en el festival, también. Precisamente Chabrol era un artista algo sociólogo, le encantaba observar las relaciones y comportamientos humanos. Su mirada, además de ácida, escondía algo de ternura, nunca era del todo cruel. «Normalmente, me invento un personaje que no tiene ningún sentido del humor, que lo interpreta todo literalmente. Juega un papel de catalizador y su tontería pone de relieve también la de los demás que, muy a menudo, es la nuestra. Por eso me gustan también los concursos de televisión, porque presentan una imbecilidad que comprendo perfectamente», me dijo durante una entrevista. Socarrón y divertido, Chabrol se ha ido sin despedirse del festival, llevándose un premio Donostia, una Concha de Oro y habiéndonos presentado a su musa: Isabelle Huppert. Aquellos que lo frecuentaron lo echarán de menos y este festival, que va para sexagenario, estrenará hoy una alfombra negra que algo de luto guarda por la pérdida de un cineasta que forma parte de su historia y de la historia del cine. Un festival que «lo frecuentaba» y que, seguramente, lo añorará.

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