Tras nueve convocatorias de huelga en el sector del metal en Gipuzkoa, y a once días de una huelga general convocada en el Estado español, tras la cortinas de humo y fuera de todo contraste público, el proyecto de centralizar y hacer insustancial la negociación colectiva avanza irremediablemente. Ayer se conoció que UGT y CCOO acordaron con la Confederación Española de Organizaciones Empresariales del Metal el primer convenio estatal del metal que regulará las condiciones laborales, y salariales también, de los trabajadores metalúrgicos de Euskal Herria. Con unos convenios muy inferiores a los que se negocian actualmente por provincias, con una jornada laboral más larga y con sueldos bastante más bajos, lo pactado por UGT y CCOO presagia una nueva fase en las relaciones sociolaborales de este país y plantea un desafío de primer orden a la apuesta por el cambio político.

La reforma laboral y la de negociación colectiva son las dos patas con las que camina la opción de dejar sin decisión a la clase trabajadora vasca. La estructura y los contenidos, es decir, el dónde y el qué de la negociación, se centralizan y se burocratizan. Aquí se trabaja, allí se decide y la representación sindical mayoritaria se trampea y se puentea. En esos términos, apelar a la unidad de acción, como han hecho UGT y CCOO para la huelga del 29-S, cuando se hiere de muerte al ámbito vasco de decisión y se vacía de contenidos la negociación colectiva, parece un imposible. La gestión compartida con la patronal y los políticos en ese proyecto es muy perjudicial para este país, y también para los sindicatos que lo hacen.

Además de la respuesta de la mayoría sindical y la cooperación necesaria del movimiento abertzale de izquierdas que debe articularse, se plantea un desafío claro: afinar la propuesta, dotarla de una narrativa convincente y un instrumental apropiado para que esa mayoría abertzale de izquierdas que quieren dejar sin decisión alcance el poder político e institucional. Rompiendo la tendencia por abajo, y por arriba.