Mikel INSAUSTI

Es una pena que Felipe Cazals no pudiera hacer esta película en los años 70, cuando triunfaba internacionalmente con “Canoa”. El guión del escritor Ricardo Garibay no fue admitido entonces y, ahora, 32 años después, sirve de pretexto cultural para los fastos en México del Centenario de la Revolución y del Bicentenario de la Independencia. Su oficialización va pareja a un notable desfase en los modos de hacer cine, porque “Chicogrande” es una historia de épica popular que se ha quedado vieja y trasnochada en su estilo maniqueo. Insisto en que es una pena, porque el argumento se prestaba a otro tipo de tratamientos posibles. Podía haber sido un western fronterizo a lo Peckinpah, pero no tiene sentido alguno de la acción y su violencia cae en la teatralización, salvo en la secuencia de los ahorcamientos, que es la que mayor fuerza visual contiene. Podía haber sido también un relato de búsqueda a la manera de Joseph Conrad en su novela corta “El corazón de las tinieblas”, que tanto rendimiento ha dado en pantalla. Por desgracia, Cazals parece querer convertir al oculto Pancho Villa perseguido por los gringos en el antecesor directo de Bin Laden.

Y, al final, lo que son las cosas, el héroe de la función pasa a la inmortalidad como El Cid, una vez que su cadáver es montado a caballo para engañar al enemigo. Un enemigo que es un puro histrión en la actuación de Daniel Martínez, una caricatura de lo que debería haber sido un retrato serio y convincente del militar en jefe invasor, ya que el ajuste de cuentas al que es sometido por las tres prostitutas enanas para acabar literalmente trasquilado cae en lo involuntariamente esperpéntico. Si Cazals ha pretendido expresar la voz del pueblo a fin de no ser acusado de martirologio patriótico lo ha hecho mal, porque pone en boca de la gente anónima, de los figurantes, discursos demasiado obvios e impostados. Otro tanto sucede con la banda sonora, de un dramatismo recargado y, fuera de lugar, en su ceremoniosa y pesada solemnidad.