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Ramón Zallo Catedrático de la UPV-EHU

«Contrato ciudadano por las culturas»: pésimo comienzo

Es imperdonable que se le regatee a la cultura vasca el estatus de cultura colectiva e integral, para sostener que lo que hay en nuestro país es un «melting pot» de «culturas». Es más, ya no habría ni vascos, sólo ciudadanía

Un ex asesor cultural (de la anterior Administración vasca), como es mi caso, debe opinar poco y con prudencia sobre las actuaciones de los sucesores; pero cuando para legitimar lo «nuevo» se ensucia injustamente lo heredado, no queda más remedio que poner algunos puntos sobre las íes.

Obsesiones: Cuando se presentó el Plan Vasco de Cultura-Kulturaren Euskal Plana (PVC-KEP) en sede parlamentaria en 2004, ya la Sra. Celaá -aunque no se lo había leído- soltó aquello de que el plan desprendía «una obsesión identitaria». Ahora (EFE, 14-9-10) se ha reiterado lo mismo por parte de José Antonio Pastor y Antonio Rivera. Curiosamente, la parte del plan que tocaba con extremo cuidado el tema de la identidad la habían homologado sociólogos especialistas y amigos como Xabier Aierdi e Imanol Zubero, hoy senador del PSE-EE.

En el plan convenían todas las sensibilidades en que lo vasco es un resultado, una construcción y una herencia a mimar y desarrollar como comunidad, y no una esencia; que es colectiva y un producto de todos; que es internamente heterogénea; que es pre-política pero necesita del impulso político; que es la democracia la que gestiona lo colectivo pero con ritmos que no generen desintegraciones; que la cultura vasca es más que el euskera, pero que el euskera es parte sustancial de la cultura y que, por su carácter definitorio de la comunidad, su fragilidad y especificidad, es un legado prioritario a promover y extender; que cada cual hace el mix cultural que desee; que claro que hay también cultura vasca en castellano o en francés; que el espacio cultural vasco va más allá de la CAV...

Al parecer el aparato del PSE tiene otra idea y me da pena. Esa obsesión con la identidad vasca -en la que deben detectar el gen perverso del nacionalismo ajeno y no un hecho cultural como en todo el mundo mundial- refleja una angustiosa búsqueda de su propia identidad perdida. La identidad es autorreconomiento, saber qué se es. Nada más. La tensión interna en el PSE-EE entre el socialismo nacionalista españolista, el socialismo vasco patriótico español y el socialismo vasquista refleja esa búsqueda. Debe ser durísimo no saber, ahora mismo, qué se es desde el plano identitario tanto cultural como de nacionalidad subjetiva, y reclamarse sólo de un «patriotismo constitucional». Soy lo que me dice la ley. ¡Qué triste! Como eso no ayuda, tienen un problema de identidad que les lleva a ser siempre reactivos, a la defensiva y nunca propositivos.

También para descalificar se ha dicho en la misma rueda de prensa que el PVC-KEP formaba parte de la lógica del Plan Ibarretxe. ¡Otra obsesión!

Ya era difícil que fuera parte de la «Propuesta de Estatuto Político», porque el primer PVC-KEP fue trabajado por centenares de personas del mundo de la cultura e institucional durante más de un año, en claves de abajo arriba y de forma participativa. A la sazón la Diputación de Araba y el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz estaban en manos del PP, y el Ayuntamiento de Donostia a cargo de PSE-EE. Sus planteamientos se asumieron en claves de cooperación, y tanto Ramón Etxezarreta -luego purgado en el Gobierno López- como Federico Verástegui o Encina Serrano apoyaron el Plan. Ese fair play permitió trabajar conjuntamente muchos años, remando en la misma dirección y respetando las competencias e ideas de cada cual.

Eso mismo hacia que no tuviera nada que ver con el Plan Ibarretxe. Eran cuestiones distintas: el PVC-KEP era más un plan de la sociedad que del Gobierno. Por eso lo apoyaron también enemigos de la Propuesta de Estatuto Político.

Torpezas: Llama la atención que la nueva Consejería de Cultura del Gobierno, en vez de partir de las «Orientaciones para el Plan Vasco de Cultura II: 2009-2012» -aprobado el pasado año por el Consejo Vasco de Cultura, un organismo plural con múltiples comisiones y al que no ha convocado la nueva Administración- y adaptarlo a su modo de entender las cosas, haya perdido año y medio con muy pocas iniciativas, paralizando múltiples acciones convenidas hace tiempo con los sectores y presentando en su sustitución un «Contrato Ciudadano por las Culturas» (CCC en adelante) (versión 2010-07-5).

Si se analiza el CCC hace tres cosas: fusilar en buena parte el «Orientaciones» pero cambiándole el nombre -marcar el territorio como hace mi perro Txo- y añadiendo algunas cosas ; ponerle un título vacuo y posmoderno sí, pero muy intencionado, tanto por lo que no dice como por lo que dice; y presentarlo con nueva filosofía a la enmienda a las otras instituciones (Diputaciones y Ayuntamientos) que ya habían homologado las Orientaciones sólo un año y medio antes, y han visto menoscabada la continuidad de la política cultural.

La actitud de «o lo tomas o lo dejas» y de planificación piramidal -en lugar de horizontal- ante las otras instituciones, además de una incomprensión del modelo institucional de la CAV, arriesga arruinar la cooperación estable y orgánica tejida con tanto esfuerzo durante años.

La cultura vasca ha muerto. ¡Vivan las culturas! La vacuidad del título de «Contrato Ciudadano por las Culturas» se advierte en que no ha sido el fruto de un proceso participativo general de abajo a arriba sino desde arriba, y a partir de ahí con sólo contrastes con los agentes, lo que hace que más que un acuerdo social se trate de un «contrato de adhesión» poco ciudadano, como el de Telefónica o Iberdrola.

Francamente, es imperdonable que se le regatee a la cultura vasca el estatus de cultura colectiva e integral, con sus subculturas internas, para sostener, en cambio, que lo que hay en nuestro país es un melting pot de «culturas».

Es más, ya no habría ni vascos (ni vascas en el lenguaje masculinizado del texto), sólo ciudadanía, lo que es confundir los planos de la comunidad, de la sociedad y de la política, para quedarse con que sólo existe la sociedad política, lo que es una barbaridad. El mensaje subliminal y desestabilizador es que somos, al menos, dos comunidades identitarias internas distintas y complementarias. Eso sí, no se dice -aunque lo piensen- que la cultura vasca sea una variedad de la cultura española plural, que diría Zapatero. Los socialistas catalanes se llevarían las manos a la cabeza por esos prejuicios. ¡Qué mala suerte que no nos haya tocado una socialdemocracia integrada e integradora, y con aspiraciones de liderazgo colectivo como el PSC!

La Introducción del CCC es directamente reaccionaria y a contrapelo de la Era de la Diversidad: plantea un tratamiento igual en clave liberal para la parte de la cultura vasca en euskera que la de en castellano como si estuvieran en la misma situación de desarrollo; la oferta cultural en euskera -dice- debe sólo «garantizar la satisfacción de la demanda», no promoverla; y se atreven a escribir que la imagen de lo euskaldun está trufada de «estereotipos y metalenguajes (uso del euskera para hablar sólo del euskera y de Euskal Herria)» lo que, al parecer, no ocurre con la cultura vasca en castellano y, menos aún, en la cultura española.

El nacionalismo vasco en su conjunto -aunque habrá de seguir evolucionando- ha aprendido en estos cien años más que el socialismo, una corriente política gloriosa. A decir verdad, el PSOE sí que ha cambiado en alguna cosa y a peor: ha dejado de ser izquierda para ser sólo centro izquierda, como se lo dirán algunos sindicatos el día 29. En otras, una ideología congelada. Sigue teniendo pendiente de asumir tanto la cuestión de las comunidades culturales que la antropología define, como las cuestiones nacionales -temática distinta aunque relacionada- y en la que hace tiempo dejaron de ser demócratas para darle una solución tan impuesta como formalista (la mayoría parlamentaria española y el marco constitucional deciden).

Francamente, el bagaje de no ser reconocibles como izquierda, apostar por la aculturación española y haber dejado de ser demócrata en un tema político central es una pesada carga que la supongo traumática y que trae reflejos autoritarios: impedir que el pueblo vasco, perdón, que las sociedades vasca y vasco-navarra, decidan su futuro político; y evitar que la comunidad de los vascos y vascas dé prioridad a la parte de su cultura que fue maltratada por la historia, sus élites y la nación madrastra: España.

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