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Protesta de los mineros del carbón

La «marcha negra» echa a llorar en Ponferrada

La columna de 200 mineros del carbón entró ayer a Ponferrada tras tres días de marcha. Llevan casi cien kilómetros sobre sus espaldas y viajan en traje de faena: un buzo azul y un casco manchado de hollín en el que han escrito el nombre de sus esposas e hijos.

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Aritz INTXUSTA

Después de dejar atrás la estrategia de acción directa y los choques con las fuerzas policiales, los trabajadores de Victorino Martín y Alonso Viloria, caciques locales que controlan la minería del carbón en León, decidieron emprender de nuevo una «marcha negra» por el futuro del carbón, como ya hicieron en 1992. Obreros de los distintos pozos se dieron cita hace cuatro días en Villablino, decididos a caminar hasta León.

Planean llegar el 29, día en el que Bruselas decidirá si se prorrogan las ayudas a la minería o si, por el contrario, el sector del carbón está definitivamente muerto en el Estado español. Si la UE no da su brazo a torcer, los mineros del Bierzo, al igual que los asturianos, seguirán caminando hasta Madrid. Entraron en el casco urbano cantando «Santa Bárbara bendita» y gritando «Si esto no se arregla, guerra, guerra, guerra» y «La próxima visita, será con dinamita». Tras tres días durmiendo en polideportivos de los pueblos de la deprimida comarca del Sil, los mineros del carbón volvieron a tomar en brazos a sus esposas y continuaron su caminata con sus niños al hombro. Miles de personas salieron a recibirles, entre llantos. Óscar Gatón, el único que ha participado en las dos marchas, no contenía la emoción: «Ha venido Laciana entera, han bajado los de Bembibre. El pueblo está con nosotros».

La revuelta minera en el Bierzo arrancó hace unas semanas. Al parecer, estalló en un pozo de Brañuelas, un jueves. Los trabajadores del turno que entraron a la mina, después de dos meses sin cobrar, se negaron a trabajar. El siguiente lunes, la rebelión se extendió como la pólvora a todos los pozos de la región. Si en un primer momento los mineros se levantaron por orgullo y rabia, ahora levantan su vista hacia Bruselas, de la que esperan un nuevo paquete de ayudas para la minería, y hacia el Gobierno español, al que exigen un decreto que garantice la quema de carbón local en las centrales térmicas y un plan de reindustralización para que las cuencas mineras no mueran.

Los 200 que partieron de Villablino en fila de a dos por el arcén de la carretera han sido acogidos con aplausos por los vecinos de los pueblos del Sil. Las casas lucen crespones negros. Muchos de los vecinos de estos pueblos, la gran mayoría ex mineros, quisieron sumarse a la marcha, pero la Delegación del Gobierno se lo ha impedido, con la excusa de que si pasan de doscientos la protesta se convertiría en manifestación no autorizada. Agentes de la Guardia Civil controlaban cuántos salían de cada pueblo. Ayer, todos bajaron en autobuses para caminar con ellos por las calles de Ponferrada, formando una cola de miles de personas detrás de los mineros. La «marcha negra» saludó levantando sus bastones a los mineros acampados frente a las oficinas de Viloria y después pasaron a visitar a sus cuatro compañeros que están a punto de cumplir dos semanas en huelga de hambre, en un campamento instalado frente a la oficina que el empresario más importante del Estado español, Victorino Martín, tiene en Ponferrada.

«Alonso y Viloria utilizan a los mineros como punta de lanza para que les arregle el negocio. Les han retenido el sueldo con excusas para calentarles y sacarles a la calle», explica Marcelino, un minero prejubilado presente en la marcha. «Nosotros nos levantamos porque ya no aguantábamos más. Queríamos nuestros sueldos y que se nos garantizase un futuro. Todo el mundo echa balones fuera, el empresario culpa al Estado y Madrid a Bruselas», comenta Carlos, uno de los mineros de la marcha.

Por su parte, Gatón explica por qué ha decidido, de nuevo, ponerse en lucha. «Yo estoy caminando y durmiendo en una colchoneta por mis compañeros. Si me pongo en plan egoísta, me jubilo en 17 meses y que le jodan a todos. Pero yo quiero vivir en un valle, no en un desierto».

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