Donostia-Iruñea sí habría sido una gran opción
Donostia e Iruñea aspiran hoy a pasar el primer corte para convertirse en Capital Europea de la Cultura en 2016. Sería interesante debatir sobre el evento en sí, pero el asunto requiere primero una reflexión como país.
No deja de ser sarcástico que dos ciudades a las que apenas separan 85 kilómetros y a las que unen todo tipo de lazos sociales, lingüísticos e históricos hayan hecho todo este camino de espaldas. Frente a ello, la candidatura de Iruñea se alió con una ciudad lejana y desconocida, la polaca Torun, de la que al final se ha desligado al entender que suponía más un lastre que otra cosa, y cuya entente sólo ha servido para que un escultor polaco levante una estatua de Juan Pablo II en Iruñea y para que el rector de la Universidad del Opus acuda a Torun.
Por su parte, la candidatura de Donostia ha maniobrado con más tino y ha hallado aliados como Baiona, que luego rectificó al darse cuenta de que es ciudad hermanada con Iruñea, su competidora. En fin, todo un chiste.
Nadie parece haber reparado en una opción que incontestablemente habría sido la mejor (y que, entre otras cosas, Baiona habría apoyado sin meterse en líos): una candidatura conjunta entre dos ciudades que, además, a nivel cultural serían plenamente complementarias. Es el peaje por tener un país desestructurado.