Exigua es la lista de enfrentamientos entre el Rubin Kazan y el Barcelona, pero los rusos siguen empeñados en demostrar que le tienen cogida la medida a los de Pep Guardiola. La campaña anterior les birlaron cinco puntos en sus dos envites directos, con campanada incluida en el Camp Nou, y ayer demostraron que siguen sabiéndole jugar al equipo más creativo del viejo continente.

Picados precisamente por lo ocurrido en la edición del año pasado, los azulgranas visitaban el estadio Centralni con enormes ganas de revancha, pero sus expectativas se quedaron a medio camino. Una ordenada y poblada defensa -seis hombres, como mínimo, en línea- de los dirigidos por el estratega Kurban Berdyev volvieron a impedir que la muralla tártara se viniera abajo.

Con su tradicional estampa con un tasbith -rosario musulmán- entre las manos y mirada al cielo rezando por los intereses de los suyos, el técnico del Rubin Kazan tejió una tela de araña infranqueable, que sólo se resquebrajó en parte al cuarto de hora de la reanudación cuando Iniesta se fajó dentro del área rusa con un defensa local y el turco Çakir señaló una pena máxima bastante rigurosa.

Un calificativo calcado para la jugada con la que los anfitriones se pusieron por delante sin apenas haber hecho mérito alguno para ello a la media hora de partido. De parecida forma, Alves y Kaleshin se enzarzaron en una pugna que también acabó en penalti, en otra severa decisión del trencilla otomano.

Entre ambos decisivos lances, un monólogo culé que se elevó hasta superar el 70% de la posesión del balón y enfrente una pertrechada fortaleza que se protegía con orden de las acometidas catalanas, sin olvidarse, eso sí muy de vez en cuando, de intentar acercarse a los dominios de Valdés. Incluso los culés pudieron salir bastante más malparados de la locura en la que se convirtió el último tramo del encuentro, con ocasiones por ambos bandos y una muy clara de Iniesta con el tiempo ya cumplido.