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«La misma molécula puede curar y puede hacer daño. Las moléculas son como la gente»

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Roald Hoffmann
Nobel de Quimica en 1981

Poeta de vocación, químico de dedicación, así es este singular científico (Zloczow, 1937) que acaparó la jornada del jueves dentro de «Passion for Knowledge», donde, precisamente, quiso subrayar la dimensión sicológica de la Química y los lazos que la vinculan con las artes.

J.V.

Aseguraba todo un referente científico como Richard Feynman que «la Física es a las Matemáticas lo que el sexo es a la masturbación». Él era físico. ¿Dónde situaría entonces a la Química todo un Nobel como Roald Hoffmann? ¿Quizá en el amor? «Yo he visto la química en bodas de mis amigos», defendió el jueves ante un concurrido auditorio del Kursaal este profesor de la Universidad de Cornell.

«La química es el arte de hacer cambiar las cosas», definió esta disciplina este septuagenario químico de origen ucraniano, que tuvo que escapar de los nazis, que ha escrito dos libros de poesía y también teatro, que es capaz de escribir un poema sobre el ADN, que se colgó la medalla de los premios noruegos en 1981 y que ha sido uno de los invitados a este congreso.

«Son cosas y sus transformaciones», prosiguió definiendo la química. Respirar es química desde el mismo momento en que el oxígeno se enlaza con la hemoglobina de los glóbulos rojos, y cocinar un plato de angulas también. «Si juntamos bromina y aluminio en una cubeta, se unen, se ven llamas, humo, huele mal... es todo lo que esperamos de la química». Es como reflejaba un cómic del Pato Donald allá en 1942, una historieta que ejemplifica «la forma en que la gente percibe a los químicos, como personas que hacen que las cosas exploten».

Eso ha sido la química. Transformación. Ya lo hacían los hoy denostados alquimistas; los químicos son sus descendientes directos, «maestros de la transformación», pero sin la magia de aquéllos. «Y eso nos lleva a no saber cómo introducir nuestro lenguaje en la población», se mostró preocupado. Sin embargo, quién sabe, quizá los químicos se rían de esa imaginación de los alquimistas, aquellos que trataron vanamente de convertir el polvo en oro. «Hoy, los químicos han conseguido aquel sueño. Ahí están los fármacos a base de química y el dinero que pagamos por ellos», ironizó.

Las dos caras de la Química

Quizá por ello Hoffmann enfocó su disertación en el arte y la ciencia. «No son lo mismo, pero sus productos son el resultado del intento de entender el mundo, hermoso y terrible que nos rodea», declaró. Es más, defendió que las moléculas, esas palabras en las que se convierten las letras que son la Tabla periódica de los elementos químicos, son como las personas: «La misma molécula puede curar o puede hacer daño. Son como la gente».

Y es que la química puede ser tan buena como para curar niños enfermos, o tan mala como para contaminar el planeta. «Sana y daña», resumió la visión que la sociedad tiene de ella. «La morfina palía y a la vez es adictiva; el ozono nos protege del sol y a la vez puede ser destructivo para nuestros pulmones», señaló a modo de ejemplos.

Pero lo suyo en la capital donostiarra tuvo que ver mucho con su idea de que «la química es y siempre ha sido antes que nada el arte, el oficio y el negocio de las sustancias y, algo fundamental, de sus transformaciones esenciales». Y eso dicho por un «buen» químico y a la vez un poeta «principiante», como él se autodefine.

El colofón a su conferencia fue una invitación a los jóvenes con ambiciones científicas. «No hay que pensar al ver la tabla periódica de Mendeleyev en si seremos tan buenos como para hacer cosas como ésa, sino en cómo él llegó a esa obra maestra». Y señaló con su puntero los borrones que el autor hizo en sus papeles antes de dar con las combinaciones. «Lo tachado es lo hermoso de esto, porque deja claro el trabajo del ser humano por encontrar un sentido a las cosas», recordó.

 

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