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Un palacio reservado para que vivan «los apestados» de Afganistán

Las ruinas del antiguo palacio real afgano son hoy hogar para centenares de nómadas kuchis. Probablemente el grupo étnico más pobre y castigado de Afganistán, hoy esta comunidad milenaria es también víctima del fuego cruzado en el país centroasiático.
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Karlos ZURUTUZA

Los hazaras quemaron nuestras casas y nos echaron de nuestra tierra. Ahora no tenemos dónde ir». Las palabras de Shabuz Khan chirrían entre el alambre de espino y retumban en las cabezas gachas a su alrededor. «Lo peor de todo es que también nos han quitado nuestros rebaños. Somos nómadas, ¿cómo vamos a sobrevivir ahora?», exclama el hasta ayer orgulloso propietario de 300 ovejas, 80 cabras y dos camellos. 50 familias como la suya llevan seis semanas alojados en las ruinas de Darul Aman, ese palacio construido a las afueras de Kabul por el rey Amanullah en los años 20, y concienzudamente destruido por rusos y muyahidines en los 70, 80 y 90.

En el patio, frente una fachada neoclásica llena de cráteres, cuatro hombres trabajan afanosamente para construir unas letrinas. Donde antes desaguaban tres suntuosas fuentes, mañana lo harán decenas de familias kuchis desplazadas desde una localidad a escasos kilómetros de aquí.

«Teníamos nuestro campamento en Kala-e Gazi, justo detrás de aquella montaña. Sabemos quienes fueron pero, en vez de detenerles, el Gobierno se limita a traernos en este lugar horrible», se queja Rahman.

Por «horrible», Rahman no sólo se refiere a la falta de agua de electricidad, o a las terribles condiciones de higiene. Las siglas «UXO» pintadas en los arcos de medio punto siguen avisando de la presencia de explosivos en los alrededores. Puede que los obuses rusos sin estallar fueran retirados hace ya tiempo pero la amenaza de minas antipersona sigue aún latente bajo el polvo sobre el que corren niños descalzos. Estos pequeños nómadas no irán a la escuela hasta que UNICEF acabe de acondicionar las dos tiendas que ha levantado en el patio a tal efecto. Probablemente, tampoco lo harán cuando todo esté listo.

«Nosotros vivimos en aquella habitación», dice este niño de ojos verdes y pelo naranja de gena. Apunta con su dedo índice hacia una colcha roja colgando desde el segundo piso; ¿quizás la antigua habitación del rey de Afganistán? Ya en los «aposentos», sus hermanos juegan a saltar sobre agujeros del tamaño de una rueda desde los que se ve el suelo 10 metros más abajo.

«Somos los apestados de Afganistán. En muchos sitios nos cierran las puertas de los hospitales, ¡y hasta las de los cementerios!», se queja Ismatullah, el padre de los pequeños. A pesar de compartir una lengua común con los pastunes (el principal grupo étnico del país) estos nómadas son a menudo tratados como leprosos en la tierra que han atravesado con sus rebaños durante miles de años. Imprescindibles durante siglos para el tráfico de mercancías entre Asia Central y Oriente Medio, hoy resultan presa fácil para «señores de la guerra» o, como en este caso, de simples residentes armados.

Sembrado de minas y armas

«Habíamos comprado aquellas tierras en Kala-e Gazi para descansar después de meses de travesía; ¡eran nuestras!», se queja Abdulsattar a la hora de comer. Hoy también toca pan, queso y té verde. «Antes de la guerra con los rusos podíamos movernos por todo el país con total libertad pero hoy Afganistán está sembrado de minas y de gentuza armada. Casi peor es que mucha gente `normal' se cree que somos ricos porque tenemos unas cabezas de ganado», explica este pastor de 47 años.

A falta de algo mejor que hacer, los hombres del campo se reúnen al atardecer en torno al carpintero que remata la escalera de acceso a las futuras letrinas. Aquí se habla del tiempo más que en ninguna otra parte; de lo rápido que van acortando los días, y de lo frías que empiezan a ser ya las noches en Kabul.

«En estos momentos estaría preparando mi ganado para bajar hacia Laghman», comenta Shabuz Khan, justo desde el lugar donde un día se alzaban fuentes versallescas a la gloria del rey de Afganistán.

Los kuchis, electores «invisibles» en el País

Los kuchis jugaron un papel crucial en las elecciones de 2005 apoyando a Karzai. No obstante, es difícil corroborar la veracidad de dichos datos ya que se trata de una comunidad -son unos 3 millones de un total de 25 millones de afganos- donde la participación electoral es mínima. Ya en las presidenciales de 2009, Karzai habría recibido supuestamente 180.000 votos kuchis sólo en Kabul. Sin embargo, organismos internacionales denunciaron que los nómadas apenas acudieron a los colegios, y que en muchos de ellos las urnas estaban llenas desde primera hora.

En las elecciones parlamentarias del pasado día 18, 52 candidatos kuchis concurrieron por los diez escaños reservados para ellos en la cámara baja. Como en ocasiones anteriores, se están denunciando numerosas irregularidades en torno a la discordante correlación entre la baja participación y el gran número de votos supuestamente emitidos por estos nómadas. K.Z.

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