Julen Arzuaga Giza Eskubideen Behatokia
Sin justicia
El autor dedica su artículo a responder al desafío de definir lo que es Justicia de «manera colectiva», algo que considera esencial en el nuevo tiempo que vivimos. La Justicia, «alambique donde licúan los derechos fundamentales», y que sin ella estos se convierten en inoperativos. No se refiere a la justicia de los tribunales y sus resoluciones, que considera motivadas por «el interés político, la venganza y la supremacía», sino a la fraguada sobre una definición inclusiva y compartida donde se asiente la solución a un conflicto de violencias multilaterales.
Hace pocos días siete personas firmábamos un artículo publicado en este medio de título parecido: «Sin derechos». Siete personas que, si bien se supone deberíamos tener intactos nuestros derechos civiles y políticos, la política sin reflejos, la inmóvil, la que no está en tregua, nos los retiraba de un zarpazo. Habíamos redactado aquella pieza en el marco de la prohibición de una movilización que, bajo un asterisco rojo, demandaba algo tan revolucionario y subversivo como son todos los derechos de todas las personas en todo el país donde habitamos.
El espíritu de aquella movilización prohibida por vía judicial ha llegado, finalmente, a la calle. Y ésta apareció repleta. De ánimas y de ánimos.
Pero pensé que el mensaje estaba incompleto. A aquel título le debía seguir este otro. Una segunda parte dedicada al crisol o alambique donde licúan los derechos que se reclamaban: sin Justicia no hay derechos y viceversa. Los derechos se convierten en inoperativos en la privación de Justicia. O visto desde otro ángulo, solamente desde la más arbitraria -injusta- administración de justicia se puede sustentar semejante situación de vacío de derechos como el que vivimos hoy.
Es fabuloso el reto al que nos enfrentamos: el camino a recorrer a favor de la justicia y de los derechos fundamentales, hoy extirpados, se evidencia largo. Largo, por estar preñado de obstáculos. Nueve personas que vinculaban su acción política al verbo Ekin torturadas. Cinco compañeros que he podido conocer en la actividad internacionalista en Askapena han terminado injustamente en prisión. Udalbiltza y jóvenes independentistas bajo proceso. La ejecutiva de LAB perseguida...
«Nos cazan como a pajaritos». La frase la puso hace 12 años ante los micrófonos Iturgaiz, un borrón de la memoria, para justificar entonces nuevas medidas «antiterroristas». Con ellas ponían en el punto de mira a asociaciones políticas y agentes sociales que se titularon políticamente «entorno de ETA» y que penalmente obtuvieron la tipificación de «todo es ETA». Un camino de ilegalizaciones, detenciones, tortura y persecución. «Nos cazan como a pajaritos», podrían decir ahora los ilegalizados, detenidos, torturados y perseguidos. Pero, al contrario que aquellos que utilizaban la justificación para emprender nuevas acciones de guerra, estos impulsan hoy planes de paz y caminos por los que reconducir un conflicto que parecía perpetuo a vías políticas y democráticas. Y vemos la reacción del Estado.
Decía que el camino para la recuperación real de la Justicia hurtada será largo. Largo, además de los obstáculos, porque requiere un profundo cambio de mentalidad. Y ese cambio se dará con pasos cortos. Pasos cortos, pero decididos.
Y es que cuando me refiero a la falta de justicia, no me refiero a concretas resoluciones de tribunales, por dolorosas y arbitrarias que estas sean. No me refiero a reformas específicas tales como la última del Código Penal, para castigar más por menos. No me refiero al hecho de que se aproveche una «Ley de reconocimiento y protección integral a las Víctimas del Terrorismo» para introducir clausulas para impedir cualquier solución dialogada, que sólo se pueden entender desde la revancha animada por bajos instintos. Ni siquiera me refiero a la labor de acecho de fiscales, ni a los operativos expeditivos y de conclusión obscena de jueces de instrucción, ni a las burlas jurisdiccionales de triunviratos togados, ni a los exabruptos de ministros, por mucho que lleven el apellido «de justicia».
No me refiero a nada de ello porque no creo que tenga nada que ver con ese precepto supremo que es la Justicia. Les animará en su acción otra cosa, el interés político, la supremacía, la venganza, el odio... pero no la proporción, la ecuanimidad, la rectitud. Ya lo decía Pablo Antoñana: «el derecho no es el ejercicio de la Justicia, sino del poder que lo redacta».
Como sugiere el maestro, no nos sirve. Debemos definir nosotros y nosotras qué es, entonces, el ejercicio de la Justicia, esa escrita en mayúsculas. Un valor universal por el que la humanidad busca equidad, el bien común, el punto exacto de equilibrio entre lo correcto y lo incorrecto. La determinación, imperfecta pero siempre anhelada, de lo que es justo y lo que no lo es. No voy a aburrir al lector que ha llegado hasta aquí con las teorías que intentan explicar o, al menos, hacer más aprehensible ese concepto básico de Justicia. Valga decir que, cada sociedad y en cada momento histórico, ha debido amoldar la concepción de Justicia a su realidad, a su cosmovisión, a sus preocupaciones, emergencias y prioridades.
Es la gran tarea que enfrentamos los ciudadanos y las ciudadanas de este pueblo sin reconocimiento, sin derechos, con todavía demasiadas cadenas, pero que reclama Justicia ya. Algunos observadores de la realidad política vasca, ante los pasos que últimamente se están dando por parte de diferentes agentes, se aventuran a vislumbrar el fin del duro conflicto armado. Muchos reclaman pasos urgentes como la repatriación y excarcelamiento de presos políticos, el reconocimiento a todas las víctimas del conflicto, la reparación a quienes han sufrido daños, agresiones, tortura. Otros, incluso, se atreven a hablar de reconciliación.
Todos y todas las ciudadanas de este país -siquiera de forma interior, íntima- debemos enfrentarnos a una pregunta que alumbrará ese camino: ¿Qué es justicia? ¿Cómo la definimos? ¿Cómo concretar ese término, de manera colectiva e inclusiva? Para quienes sufrieron los efectos de este conflicto pero, al situarse en un lado concreto, pudieron disfrutar del amparo de las instituciones públicas, que persiguieron y castigaron con dureza desmedida a los perpetradores, ¿qué es justicia? Para quienes, por encontrarse en el otro lado, nunca tuvieron reconocimiento, nunca supieron de los ejecutores, encubiertos en uniformes y salvoconductos oficiales, ¿qué es justicia? Para quienes ejercieron violencia sabiéndose impunes, o desde ahí la ordenaron, ¿qué es justicia? Para quien la practicó pero por ello recibió castigo inhumano y desproporcionado, ¿qué es justicia? Para quien nunca ejecutó violencia y lo trataron como si lo hiciera, ¿qué es justicia? Para quien estuvo en su mano gestionar la justicia pero optó por la opción injusta, ¿qué es justicia? Para quienes perdieron toda confianza en cómo se administra, pero no en el valor fundamental que atesora, ¿qué es justicia?
En la puerta del campo de concentración nazi de Buchenwald, conocido por los experimentos y atrocidades allí cometidas, colgaba un letrero detestable: «Con o sin justicia, la Patria». No difiere mucho a la leyenda que adorna la cárcel de Basauri: «Todo por la Patria», coincidente con la que cuelga de los cuarteles de la Guardia Civil. Cierto, como aquellos nazis, los vemos dispuestos a hacer absolutamente todo por su patria. Preferiblemente sin justicia.
Que no sea así en un futuro cercano en el que definamos, en un esfuerzo colectivo, compartido, inclusivo, un nuevo concepto de Justicia. Que sólo en ella anide nuestra patria.