Crónica | Desde la marcha
Kilómetro y medio de muralla humana sin fisuras y en movimiento
En el centro de Bilbo surgió ayer toda una muralla humana. Una muralla larga -kilómetro y medio-, gruesa -veinte filas de personas esperaban para incorporarse en algunos puntos- y sin fisuras -los representantes políticos mostraron su sintonía aparcando rencillas históricas-. Una muralla que, sobre todo, se mueve y lo hace hacia adelante.
Ramón SOLA
Las calles de Bilbo vieron crecer ayer una muralla que todavía no alcanza la consistencia del granito, pero que está construida con cada grano de arena de muchas gentes que llevaban años viviendo de espaldas. Lo primero sorprendente era su dimensión. Los mapas no engañan. Del polideportivo de La Casilla hasta el Ayuntamiento hay dos kilómetros de distancia, que en realidad fueron más porque la pancarta de cabeza se abrió casi desde Aita Donostia. Pues bien, cuando la cabecera llegó al Ayuntamiento, sólo los últimos 500 metros del recorrido estaban libres de gente. El resto quedó abarrotado, y en la Plaza Zabalburu se apilaba toda la gente que no podía avanzar más.
Además de la longitud alcanzada, la multitud puso a prueba la anchura de las avenidas bilbainas. Mirando desde La Casilla daba la impresión de que la manifestación estaba delante de la pancarta y no detrás de ella. En algunos puntos de la calle Autonomía, en cada una de las aceras se contaban diez filas de personas esperando hueco para incorporarse al grupo.
De hecho, en el cruce con la calle Gordoniz el servicio de orden tuvo que levantar la voz para reclamar a la multitud que se echara a los lados y dejara pasar a las dos pancartas de cabeza. Hasta bastante después de la Plaza Zabalburu seguía habiendo «cola» para entrar. Una muralla gruesa, muy gruesa, por tanto.
Llegando casi al final de la calle Autonomía, se repitió un ritual que siempre levanta morbo. La cabecera se detuvo para que los fotógrafos captaran la extensión del grupo. Toda la avenida aparecía repleta, hasta arriba. Prueba conseguida.
Viejos conocidos
Faltaba por ver si esa muralla era consistente o si la pluralidad de siglas creaba contradicciones. Todas las señales fueron positivas. Para empezar, entre el grupo de representantes políticos y sindicales, donde se vieron escenas como el saludo caluroso entre Mikel Arana (EB) y Oskar Matute (Alternatiba), después de una de esas escisiones que siempre deja heridas. Otro tanto se podía decir de los representantes de la izquierda abertzale y de Aralar, que caminaron muy juntos. Adolfo Txiki Muñoz y Rufi Etxeberria intercambiaban comentarios sobre la actualidad en un tono muy distendido, que captó la atención de las cámaras. La delegación del PNV se hizo esperar y se comenta que entró con algún recelo, pero luego se demostró infundado. Medios españoles intentaron resaltar que se habían oído algunos pitos a Andoni Ortuzar, que no llamaron la atención por su volumen. Joseba Egibar se había incorporado poco antes sin recabar reacciones especiales.
A pie de calle se palpaba también expectación ante la fotografía conjunta. Un manifestante explicaba complacido que «de mi pueblo han venido hasta los de IU». Otro resaltaba que «de Bergara hemos traído cuatro autobuses, cuatro». Y había quien bromeaba con que «aquí sólo falta Arzalluz con el paraguas, como en 1999», mientras su acompañante le corregía al instante: «Y Arnaldo, claro». También se echó en falta a otros como José Luis Elkoro, cuya libertad se demandaba en la calle Autonomía con el conocido símbolo del elefante. Y a todo el conjunto de los presos políticos vascos, para quienes hubo gritos insistentes de apoyo.
El cangrejo
De La Casilla al Ayuntamiento apareció una muralla que, además, se mueve y lo hace hacia adelante, en busca de escenarios nuevos y nunca conocidos. Contrasta, por tanto, con el Gobierno español, a quien portavoces políticos como Pello Urizar (EA) o Josu Murgia (Aralar) comparan con una misma figura: el cangrejo, por su insistencia en dar pasos sólo hacia atrás.
Frente a ello, un masa popular que avanza. Para unos a la velocidad del galgo y para otros pisando donde pisa el buey, pero siempre hacia adelante. Apenas hace un año que se produjo la primera movilización conjunta en contra de unas detenciones, las de Arnaldo Otegi y sus compañeros. Desde entonces, la unidad de diagnóstico entre la izquierda abertzale, EA, Aralar, AB y Alternatiba se ha consolidado, y ayer también PNV y EB salieron a la calle junto a ellos. En Bilbo caminaron juntos los que Antonio Basagoiti (PP) había definido por la mañana como «lo peor de lo peor» y quienes desarrollan otras estrategias políticas que pasan por ejemplo por pactos presupuestarios con el Gobierno español. Que hayan unido fuerzas por los derechos humanos, civiles y políticos es un pequeño milagro atribuible, sin duda, al Gobierno español.
Sin embargo, también resulta evidente que esa fotografía conjunta no se hubiera logrado en un contexto de actividad armada de ETA. Aunque la reciente confirmación de un alto el fuego no figuraba entre los motivos de esta marcha, fueron seguramente muchos los que acudieron animados por el nuevo escenario. De hecho, a pie de calle fue frecuente escuchar comparaciones con dos momentos similares: la marcha del 1 de abril de 2006 que animó a impulsar un proceso de resolución política diez días después del alto el fuego de ETA -y en la que, al contrario que ayer, no estaba el PNV- y las dos manifestaciones que se llevaron a cabo en pleno proceso de Lizarra-Garazi, en enero de 1999 por los presos y en abril bajo el lema «Bakea eraikitzen». Por eso, más de uno lamentaba ayer que si la movilización se hubiera hecho el 11-S, cuando Madrid la vetó, serían todavía más.