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Análisis | Después de Lula da Silva

Brasil: Megaelecciones 2010

Dilma Roussef podría convertirse hoy en presidente electa de Brasil, gracias fundamentalmente a la gran popularidad del presidente Lula tras dos legislaturas en el cargo. Precisamente, la herencia del «lulismo» ha sido el arma electoral más eficaz de la campaña de Rousseff. Gracias a ello, ha protagonizado un espectacular y meteórico despegue que le lleva a ser la favorita indiscutida.

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Luismi UHARTE Sociólogo

Los comicios que se celebran hoy, 3 de octubre de 2010, en Brasil pueden ser considerados como unas auténticas megaelecciones, ya que además de la disputa por la Presidencia de la República, se celebran paralelamente elecciones legislativas nacionales y a gobernaciones de los diferentes estados federados que integran el país. Para el Parlamento brasileño, la ciudadanía elegirá a dos tercios del Senado y a la totalidad de la Cámara de Diputados y Diputadas, mientras que a nivel regional sufragarán para la designación de 27 gobernaciones y las correspondientes asambleas legislativas estaduales.

Las encuestas más recientes sitúan a la candidata a la Presidencia por el Partido de los Trabajadores (PT), Dilma Rousseff, muy cerca de la mayoría absoluta, de manera que la segunda vuelta electoral podría evitarse.

Lo realmente destacable ha sido el crecimiento vertiginoso de Rousseff a lo largo de estos meses de 2010, ya que comenzó el año a una distancia de 7 puntos o más, por debajo del candidato de la derecha, José Serra, según los estudios publicados por diversas empresas del ramo (Vox Populi, CNT/Sensus, Ibope...).

Sin embargo, para mayo había logrado un empate técnico con su principal contrincante, y en los meses siguientes comenzó a despegarse de éste hasta llegar a principios de setiembre con una diferencia que en algunos casos lo doblaba en porcentaje de votos (53% vs 23% según «Vox Populi»).

Indudablemente, el meteórico despegue de Rousseff se ha debido en gran medida a su perfil de «delfín» de actual presidente, es decir, al privilegio de haber sido seleccionada por el propio Lula como persona para sustituirle como cabeza de cartel del PT, más que a las virtudes propias de la ex jefa de la Casa Civil. De hecho, el perfil de ésta ha sido evaluado por la mayoría de los expertos en marketing electoral como notablemente gris y con un carisma ciertamente limitado.

En consecuencia, habría que atribuirle directamente a Lula gran parte del éxito electoral que a día de hoy disfruta Rousseff. El presidente ha logrado transferirle un porcentaje nada desdeñable del enorme apoyo ciudadano que todavía disfruta en sus últimas semanas de mandato.

Ese 80% de media que prácticamente todas las empresas encuestadoras le otorgan a Lula da Silva, en términos de percepción popular favorable, tras ocho años y dos periodos de gobierno consecutivos, supone un capital político y simbólico de tal magnitud, que prácticamente le aseguran al Partido de los Trabajadores la victoria y el control del Ejecutivo nacional durante cuatro años más.

La herencia del «lulismo» está siendo el arma electoral más eficaz en la campaña de Dilma Rousseff. Y esto sucede porque ese 80% de popularidad se sustenta en un conjunto de variables exitosas que han definido el proyecto político liderado por Lula desde principios de esta década. El impacto positivo de programas sociales como el «Bolsa Familia», del que se han beneficiado más de un cuarto de la población total (50 millones de personas), principalmente en las zonas más deprimidas de la República (el nordeste); la reorientación económica en materia productiva con el apoyo estatal a la industria puntera nacional («neodesarrollismo»), unida a la reciente iniciativa para «desprivatizar» Petrobras; y la conversión de Brasil en una verdadera potencia mundial tanto en el seno del BRIC, como de manera autónoma en América Latina, Medio Oriente y Africa portuguesa; no solo configuran el legado político de Lula sino también la mejor carta de presentación para su candidata.

José Serra, por tanto, más que disputarle a Dilma Rousseff la presidencia, se está enfrentando en esta campaña al propio Lula y a toda su herencia. El papel que tiene que jugar es poco envidiable y, por ello, hasta el ex presidente y miembro de su partido, Fernando Henrique Cardoso, no lo ha acompañado ni apoyado firmemente en ningún momento de la campaña.

Paralelamente, Serra también ha hecho un esfuerzo evidente por neutralizar cualquier intento de identificación con Cardoso, mientras que ha evitado criticar frontalmente a Lula, consciente de su histórica popularidad.

De hecho, en algún momento de la campaña llegó a vincular su imagen a la de Lula, una estrategia de propaganda electoral que más que «agresiva» podría ser calificada como de «desesperada».

Por su parte, la izquierda está viviendo estas elecciones de 2010 con una sensación combinada de frustración e impotencia manifiesta, frente a la hegemonía indiscutible del proyecto «lulista». La «izquierda política», principalmente aquella que se salió o fue expulsada de la órbita del Partido de los Trabajadores, y que en estas elecciones presidenciales tiene como principal cabeza de cartel al octogenario Plinio Sampaio, del PSOL, probablemente no va a superar el 8% de los sufragios, quedando relegado incluso a la cuarta posición, por detrás del Partido Verde de Marina Silva.

Tras la renuncia a la candidatura de su figura más carismática y anterior presidenciable, Heloisa Helena, el PSOL vive una situación crítica de duras pugnas internas que prácticamente le han llevado a su disolución.

Mantienen el apoyo de sectores sociológicamente muy minoritarios de la intelectualidad de izquierda, mientras el Partido de los Trabajadores y sobre todo el «lulismo», acaparan la simpatía de millones de pobres que continúan siendo la mayoría de la sociedad brasileña. Otras corrientes políticas minoritarias de izquierda se mantienen en el seno del Partido de los Trabajadores, en espera de una mejor coyuntura histórica.

La «izquierda social», es decir los movimientos sociales, y principalmente su referente más importante, el Movimiento de los Sin Tierra (MST), a pesar de los imperceptibles avances por parte del gobierno en materia de Reforma Agraria, continúan brindándole un «apoyo crítico», conscientes del riesgo que supone un enfrentamiento abierto con Lula y más conscientes aún, del peligro que conlleva el regreso de la derecha tradicional.

El dilema fundamental, en consecuencia, hoy 3 de octubre, no se sitúa en la disputa presidencial, sino en las elecciones legislativas, ya que en ese terreno el equilibrio es mucho mayor. Hay que recordar que el Partido de los Trabajadores, hoy día no llega a controlar un quinto de los escaños (80 de 513), lo cual le ha obligado a un pacto de legislatura con el «pragmático» PMDB, para poder asegurar cierta estabilidad. La futura gobernabilidad del Ejecutivo, dependerá entonces del grado de éxito del PT en las parlamentarias y de su habilidad para establecer alianzas.

Sin embargo, los ojos del mundo estarán puestos en los resultados de las presidenciales y en la probabilidad de que el «lulismo», ahora bajo la figura de Dilma Rousseff, siga construyendo su proyecto estratégico de «Brasil-potencia» en el marco continental y en el internacional.

Lula, de la miseria del árido nordeste hasta el podio de la política mundial

Niño pobre de tierras áridas y antiguo obrero metalúrgico, Luiz Inácio Lula da Silva ha sido el presidente más popular de Brasil y uno de los grandes actores de la diplomacia mundial en sus ocho años de mandato. «Si un nordestino no muere antes de los cinco años es que tendrá una larga vida», le gusta repetir a este hijo de las tierras inhóspitas del nordeste del país, que cumplirá 65 años este mes.

En 2002, el lema «La esperanza ha vencido al miedo» llevó a la Presidencia a este ex dirigente sindical con barba y camisa a cuadros, considerado el terror de los mercados. Aunque se enfrentó a la hostilidad de las «elites», el presidente Lula con traje y corbata ha situado a Brasil como un socio preferente de los organismos financieros internacionales que tanto le criticaron.

Portavoz de los países en vías de desarrollo, ha forzado su entrada en el club de los grandes del mundo. Es en gran parte gracias a su prestigio que Brasil fue elegida para albergar el Mundial de Fútbol en 2014 y los Juegos Olímpicos en 2016.

El antiguo pequeño limpiabotas accedió a la Jefatura del Estado gracias a su carisma y a un pragmatismo político a toda prueba. El hombre sabe cómo forjar alianzas imprevistas o deshacerse de los amigos que se vuelven molestos. En 2005, decapitó toda la dirección del Partido de los Trabajadores (PT) a raíz de los escándalos de corrupción. Hace dos semanas, empujó fuera del Gobierno a una importante ministra acusada de tráfico de influencias por la oposición.

«Yo sé el número de infamias y prejuicios que he tenido que vencer para llegar adonde estoy. Ahora mi único objetivo es demostrar que soy más competente que muchos de los que han gobernado este país», dijo Lula antes de su reelección, en 2006. Parece que ha ganado la apuesta. En la cima de su popularidad, el presidente saliente se prepara para ganar su última batalla política: que hoy sea elegida su sucesora, Dilma Rousseff.

La buena salud de la economía y los programas sociales como la «Bolsa Familia» han permitido a 29 millones de brasileños salir de la pobreza. Y ha aumentado su popularidad hasta un récord del 80%.

Nacido el 27 de octubre de 1945, octavo y último hijo de una familia de agricultores pobres de Pernambuco, Lula emigró a los 7 años con su familia a Sao Paulo para huir de la pobreza. Obrero metalúrgico a los 14, perdió su meñique izquierdo en un accidente laboral. A los 21 años se afilió al sindicato de los metalúrgicos y se convirtió en su presidente en 1975. Dirigió grandes huelgas en los años 70, en plena dictadura militar (1964-1985), y en 1980 fundó el PT y participó, en 1983, en la creación de la Central Única de Trabajadores (CUT)

Lula se presentó por primera vez en 1989 a las elecciones presidenciales, que perdió por poco. Tras dos reveses más, en 1994 y 1998, su cuarto intento resultó el bueno, en octubre de 2002. Fue reelegido en 2006.Yana MARULL

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