El título de este documental creativo, cuya traducción es «Salida por la tienda de regalos», ha de ser tomado como toda una declaración de principios por parte del misterioso Banksy. La frase hace referencia al letrero que suele indicar la salida en los museos de arte, un grito de guerra para indicar que el arte callejero forma parte de la cultura urbana, por más que el MoMA y otras prestigiosas galerías se empeñen en exponer la obra de Banksy, como una forma de testimoniar la vigencia del graffiti, ahora que las viejas vanguardias han muerto.

La tendencia que tiene Banksy ha escabullirse y ocultar su verdadera identidad sirve de constante al propio documental, porque el protagonismo pasa a aquellos que sí muestran su rostro. Banksy cede la cámara a un empresario francés, que intenta grabar sus murales y los de otros artistas, hasta acabar integrándose en todo ese movimiento. Además del trabajó del ya mítico graffitero británico, sale a relucir el de Shepard Fairey, que tanto tuvo que ver indirectamente en la campaña de Obama, o el de Space Invader.

Con sus graffitis anónimos, Banksy abre el debate sobre la mercantilización del arte, que no entiende de movimientos colectivos o de necesidades expresivas. En cambio, los artistas callejeros reivindican el espacio público para comunicarse, incluso actuando de forma clandestina con tal de eludir la persecución de las autoridades en nombre de la buena imagen de las ciudades. No son, precisamente, los graffiteros los causantes de su degradación del paisaje urbano.