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Entre «Abel» y Banksy

Iratxe FRESNEDA Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Tan cerca y tan lejos. La 58 edición de Zinemaldia pasó, rápido. Por el camino, dejó las pistas del cine que encontraremos en las carteleras. Más o menos mediocre, más o menos imaginativo. Dos propuestas estrenadas en Donostia resisten y aparecen en la cartelera. Una, «Abel», la ópera prima del actor mexicano Diego Luna y, la otra, «Exit Through the Gift Shop», una película con formato de falso documental entorno a la figura y las fechorías del artista callejero Bansky.

«Abel» es una ópera primera, y las óperas primas siempre regalan algo de candidez, de frescura, y Diego Luna sale bien parado como director en su primer trabajo en el que hay una dificultad añadida: los niños. El largometraje habla de la infancia perdida y de la ausencia de los padres en los hogares en el México de hoy, un tema que Luna plasma con aparente conocimiento de causa. El actor, que es hijo de un escenógrafo mexicano y de una diseñadora de vestuario, se quedó huérfano de madre siendo un bebé, y su primera aparición en el cine fue a una edad excesivamente temprana. Con tan sólo doce años, Luna aparecía en la telenovela «Mi abuelo y yo» (junto a su amigo Gael García Bernal, productor de la cinta junto a John Malkovich). Probablemente esas experiencias personales le hayan llevado a contar una historia como la de «Abel», tierna y dura al mismo tiempo, de ésas que se parecen a la realidad hasta conmovernos. Y, precisamente de la (i)realidad del mundo del arte, de sus ilógicas coordenadas, de su inmundicia, habla con estilo la película que se presenta bajo el nombre de «Exit Through the Gift Shop» (Salida por la tienda de regalos). Un título que avanza la sobrecarga de ironía y sarcasmo audaz e imaginativo que muestra el personaje (o el colectivo) que se esconde tras la ya archifamosa y polémica firma de Bansky. La película se presentó en Berlín poco después de su preestreno mundial en el festival de Sundance, para más tarde aterrizar en el Zinemaldia (la película y su supuesto graffiti que ahora nadie se atreve a borrar). Su «arte» reivindica las calles, desde las paredes de Nueva Orleans hasta el muro de Cisjordania, y su película avanza en el juego creado alrededor de la identidad del artista y del mercantilismo del mundo del arte. Jugando con el espectador, con la idea del director que acaba siendo presa de su objetivo, la cinta mueve conciencias y a la risa inteligente. Mucho arte para una película por la que merece la pena pagar una entrada, porque lo de colarse en los cines cada día es más complicado.

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