PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2010
El predicador M.V.LL.
Iñaki URDANIBIA Crítico literario
La verdad es que en su momento fui un seguidor incondicional de la escritura del escritor peruano. Eran los tiempos de sus primeros escritos, aquellas maravillas como «El jefe», «Los cachorros», «La ciudad y los perros», «Conversaciones en la catedral», «Pantaleón y las visitadoras», «La tía Julia y el escribidor», y no sigo. Indudablemente, el autor de la posterior «Lituma en los Andes» era un narrador potente y su pluma se deslizaba con suavidad por entre las historias que en su prosa se reflejaban; muchas de ellas curiosas, ocurrentes -provocando amplias risas y sonrisas-, y con ciertos aires críticos que le convertían en un escritor atractivo. No seré yo quien niegue que lo siga siendo, mas sin embargo ciertas interferencias hacen que uno se vaya alejando de ciertos escritores cuando su actividad pública cobra una notoriedad amplia, y dicha actividad patina por derroteros conservadores y derechosos inequívocos. No hace falta centrarse en dichos aspectos de todos conocidos, pero lo que son las casualidades de la vida: al dar la noticia en el «Gaur Egun» uno se encuentra con una foto suya en una presentación de un libro que reposa sobre la mesa y en él se puede leer «¡Basta ya! Contra el nacionalismo obligatorio», en otra de las fotos significativas presentadas por los documentalistas de ETB se puede ver al peruano fundido en un abrazo con el donostiarra Fernando Savater ¡Pues eso!
De un tiempo a esta parte, más he leído al escritor en sus intervenciones periodístico-políticas hasta el empalago, y - masoquista que es uno- en algunos artículos recopilados en «Contra viento y marea» (creo recordar que era el título de los tomos publicados por Seix Barral) que la verdad es que me provocaron un mareo de aquí te espero marinero, probablemente a causa de las olitas y de la falta de la correspondiente biodramina.
Reiterando su habilidad como escritor, quisiera hacer hincapié en estas breves líneas en su vocación predicadora: en sus obras, bajo el fondo de un indisimulado maniqueísmo, se da una lucha entre el bien y el mal (¡ay!), entre lo apolíneo y lo dionisiaco, entre lo racional y lo pasional, entre lo civilizado y lo salvaje, etc. Obviamente, él -así como sus protagonistas privilegiados y lúcidos- son los buenos, los que se ubican en el primer término de los pares nombrados en le juste milieu, inclinado a la derecha de la ídem. Así las cosas, quizá suceda a este lector que lo que ahora predica el escritor le suene a defensa cerrada del actual estado de cosas del mundo, mientras que antes sus oídos se veían más satisfechos y complacidos con lo que filtraba la lectura del autor del «La fiesta del chivo»; y conste que ya sé aquello que dijese Nietzsche -filósofo dionisiaco, por cierto- de que, si la serpiente no cambia de piel, muere.
Como la espuma, la verdad siempre está arriba, y viaja de la mano de su celoso guardián, y los virajes de éste arrastran a la otra. Y así...que no da para más.