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El acuerdo sobre cómo terminar la guerra se hace entre enemigos que no pueden ganarla

Si anteayer era el «Washington Post» el que informaba sobre conversaciones de paz con facciones importantes de la resistencia afgana, -concretamente con los talibanes del Consejo o Shura de Quetta, órgano colegial bajo el mando del mullah Omar, líder espiritual y califa que tiene la lealtad de muchos o la mayoría de insurgentes-, ayer el diario británico «The Guardian» daba la exclusiva de que EEUU y el Gobierno afgano también han oficializado las conversaciones directas con la red insurgente Haqqani, según los analistas la más eficaz y letal contra los ocupantes en el campo de batalla. Estas informaciones se suman a las que habían anunciado que el Estado francés estaba negociando con la facción Hezb-e-Islami del comandante Gulbuddin Hekmatyar.

La resolución de conflictos y las negociaciones han generado una industria, una representación casi teatral, y enormes cortinas de humo. Sin embargo, en el caso afgano, la profusión de noticias que hablan de negociaciones directas entre enemigos declarados revela lo que eran secretos a voces. En primer lugar, que las negociaciones girarán en torno a cómo terminar la guerra, no en torno a cómo ganarla. Sin el apoyo de las opiniones públicas, con una sangría económica y humana que aumenta y con la situación sobre el terreno cada vez más deteriorada, la victoria militar es un imposible ampliamente compartido. Y en segundo lugar, que la paz se hace con los enemigos. El resultado más probable de la guerra es un acuerdo negociado, con calendario de retirada, que atempere los apetitos de los diferentes actores regionales en su interés por tener huella estratégica en Afganistán, y posibilite compromisos compartidos para una participación de la insurgencia en el Gobierno. Excluir a la insurgencia, pues, sólo asegura que el acuerdo no será duradero.

El anunció de Obama de retirar las fuerzas estadounidenses en julio de 2011 sirvió como apertura del juego negociador. El ex representante máximo de la ONU, Kai Eide, reconoció después haberse reunido con comandantes talibanes. La ONU, con el apoyo de EEUU, excluyó de su lista negra de «terrorismo» a conocidos líderes insurgentes, que hoy participan en las negociaciones. Los acontecimientos se aceleran y se encadenan en esa dirección.

Las batallas políticas internas se intensificarán, tanto en la administración americana como en la insurgencia afgana, pues la negociación tiene costos y obliga a todos.

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