ASTEKO ELKARRIZKETA | Edurne Pasaban
«El liderazgo tiene que basarse en las personas y en las emociones, no en la imposición»
¿Descansa ya tranquila y satisfecha tras el reconocimiento definitivo de ser la primera mujer en subir los catorce ochomiles?
Sí, realmente descanso más tranquila porque estos meses no han sido fáciles para mí. Yo hice públicas unas dudas sobre el ascenso de la chica coreana al Kangchenjunga, unas dudas que no eran nuevas porque ya se habían expuesto en su propio país el año anterior, y las miradas se enfocaron hacia mí. He recibido golpes por todos los lados y no ha sido fácil. Pero, al final, la propia Federación Surcoreana de Montaña ha puesto en duda todo aquello y para mí ha sido una tranquilidad, incluso mayor que ser la primera en acabar los ochomiles. Queda, al menos, que no soy yo la que lo dice.
¿Qué ha sido lo más duro en esta carrera: la propia montaña, la presión de la competición, los foros de opinión...?
Todo un poco porque yo no estoy preparada para esto. Yo estaba acostumbrada a hacer montañas, quizás sin meter tanto ruido, aunque la manera en que se ha hecho la he querido yo también. Pero no estaba preparada para tener foros en los que se opina sobre tu trabajo sin conocimiento. Las opiniones y las críticas son para aprender pero siempre que estén basadas en algo cierto. Todo ha sido duro, excepto la montaña, porque es allí donde he disfrutado realmente.
¿Cuál ha sido el momento más duro de estos años?
Alpinísticamente ha habido momentos duros porque he sufrido accidentes, he perdido amigos... Pero el momento más duro llega en el año 2006, cuando empiezo a plantearme muchas cosas en mi vida. Estuve muy enferma, estuve ingresada por depresión. Esos fueron los momentos más duros: decidir no era fácil. Entonces no me ganaba la vida de esto; la duda era dedicar más tiempo a la montaña y dejar de lado una vida más privada y personal o lo contrario. Al final todo cayó por su peso. Tomé una decisión y los años han ido poniéndome en mi sitio.
¿Cuando inició su recorrido himalayista llegó a pensar que un día sería la primera mujer en alcanzar los catorce ochomiles?
No, para nada. Yo hago la primera expedición con un grupo de Tolosa para pasárnoslo bien. Y luego continúo haciéndolo porque me gusta, porque encuentro una persona extranjera que me guía en el Himalaya y con el que más o menos empiezo una relación. Y continúo por aquella razón, pero nunca pensando en terminar los ochomiles. Ha ido saliendo, yo creo que al final, cuando ya tenía nueve montañas, cuando salgo de la depresión, cuando mis amigos me proponen hacer un proyecto para terminar los catorce...
En 2004, el programa de TVE «Al filo de lo imposible» le propone participar en la expedición al K-2 con un potente plantel de montañeros. ¿Fue aquella expedición el punto de inflexión en su carrera deportiva?
Sí, primero porque empecé a trabajar con una televisión; la expedición ya no me costaba dinero -aunque no vivía de ello-; hice la montaña más dura de los catorce; y aunque sufrí congelaciones, todo salió medianamente bien. Mi vida personal iba muy bien, estaba pensando en otras cosas que no tenían que ver con el Himalaya, pero vino la oportunidad de seguir escalando con «Al filo de lo imposible» y de seguir pensando en proyectos nuevos. Me di cuenta de que las dos cosas no podían ir paralelas y hubo un punto de inflexión, una elección.
El descenso del Kangchenjunga, en 2009, absolutamente extenuada, fue un momento dramático... ¿Llegó a pensar lo peor?
En aquellos momentos sí pensé en lo peor, pero de una manera egoísta porque los últimos años he estado rodeada de muy buena gente, con un equipo muy bueno, y siempre he tenido la seguridad de ellos. Ellos me han dado mucha seguridad, la misma que seguramente he podido darles yo. Cuando en el descenso del Kangchenjunga les digo «dejadme aquí», creo que lo decía siendo consciente de que no me iban a dejar y de que no iba a pasar nada. Creo que lo mejor que hemos hecho estos últimos años es formar un buen equipo. Es de lo que más orgullosa estoy.
¿Qué es para usted trabajar en equipo?
Para mí es imprescindible para conseguir un objetivo como el de los catorce ochomiles. A veces la gente nos planteamos retos y creemos que somos capaces de conseguirlos solos, pero indirectamente nos ayudan cosas o personas exteriores. Yo tenía claro que si quería terminar los ochomiles necesitaba un equipo. Y eso es lo que hice.
¿Y el liderazgo?
Un equipo siempre tiene que estar basado en algún tipo de liderazgo. Yo había funcionado bajo diferentes tipos, sin ser yo la líder; en aquellas expediciones -y en otros momentos de la vida- aprendí qué tipos de liderazgos había y cuáles me gustarían para mí. Yo he aplicado un liderazgo de equipo, de comunicación, de tomar decisiones conjuntas, no un liderazgo de imposición. El liderazgo tiene que basarse en las personas y en las emociones, no en la imposición.
¿Le ha cambiado mucho la montaña?
Creo que sí... He madurado mucho estos últimos años, pero es normal, porque desde los 24 hasta los 37 es la edad de madurar. Quizás he madurado de manera más consolidada, con más base de muchas cosas porque vives momentos duros, porque no han sido fáciles estos años, y esto me ha ayudado. Pero una, como persona, se hace en el entorno en que ha nacido. Las bases ya estaban. Tampoco hay mucha diferencia entre la Edurne de los 14 años y la de hoy...
Creo que era usted una niña retraída y ahora no lo parece...
Sí, es verdad. Ahora no lo soy para nada... [Risas] Sí era una persona quizás nada comunicativa, a la que le costaba... Pero aquí hay una cuestión de autoestima, y para esto ayudan la montaña y un trabajo personal de muchos años. Yo no caí en una depresión solamente porque me ha dejado un novio, sino porque hay una falta de autoestima muy grande, aunque parezca lo contrario porque hagas montañas de ocho mil metros. Para mí hay dos Edurnes, que ahora ya se parecen mucho más.
¿Se ha preguntado alguna vez si merecía la pena tanto esfuerzo?
Sí, me lo he preguntado, sobre todo cuando estás allí... Cuando una persona se plantea unos retos así -en todos los aspectos: en la vida laboral, deportiva...- hay también un punto de ambición y de compromiso. Quizás por ello he llegado tan lejos, a terminar los catorce ochomiles. Pero sí, muchas veces he pensado en que podría tirar la toalla. Pero soy emprendedora, luchadora, y creo que yo empiezo en la montaña también por esta razón, porque mi vida estaba más o menos arreglada cuando terminé de estudiar. Yo tenía que trabajar en la empresa familiar y ya está. Y creo que eso era lo que no me gustaba, que estuviera ya todo hecho; a mí me gusta buscarme la vida.
Así que acertó con la elección...
Totalmente. Me ha ayudado a crecer de alguna manera.
Usted ha vivido situaciones de mucha dificultad, de mucho riesgo. Se dice que las situaciones extremas sacan lo mejor de las personas. ¿También lo peor?
Hummm... sí... Cuando estás en una situación extrema sacas lo que necesitas en ese momento, y eso a veces es lo mejor y otras, lo peor, pero creo que es más lo mejor que tiene uno. Lo que yo he visto en las situaciones extremas es que sacas una fuerza interior que crees que no tienes. Y hasta que no vives ese momento no te das cuenta de ello.
Hace unos meses, la muerte de un montañero en el Annapurna volvió a poner sobre la mesa la solidaridad en la alta montaña. ¿Existe o es un falso mito?
Yo creo que existe, pero se publican otras cosas. Volvemos al tema de los foros: muchas veces se opina sin saber de qué se habla y esto es lo que luego trasciende. Realmente no es todo cierto. Yo misma, que había estado en la misma montaña dos semanas antes del accidente, no podía opinar sobre lo que estaba pasando a 7.500 metros. Sólo podían opinar sobre lo que ocurría y sobre las decisiones que se estaban tomando los que estaban allí. Lo que ocurre es que nos gusta hablar de los demás y opinar... Yo creo que aquella historia del Annapurna no hizo ningún bien, sobre todo esas opiniones basadas en nada...
En su caso, cuando ya estaba en la recta final, empezaron a escucharse críticas que hasta entonces no se habían oído -incluso ni con otros montañeros que hacían lo mismo- sobre el estilo de ascensión, sobre la ética del planteamiento de las expediciones... ¿Cómo lo encajó?
Me pareció injusto, pero está claro que no puedes gustar a todo el mundo. Esto lo he tenido que aprender. Me preguntaba por qué me criticaban cuando nunca he mentido sobre el estilo que empleo y sobre cómo hago las cosas. Siempre he dicho claramente que subo a los ochomiles por vías normales y eso es lo que hago. Y si hay un espónsor que me quiere apoyar y hay gente que me quiere leer en la prensa... pues ya está. Pero por desgracia somos envidiosos. Es una desgracia porque realmente el envidioso de otra persona no le produce problemas a ella sino que se los crea a sí mismo. ¡Qué manera de sufrir por los demás!
¿Cree que esos comentarios tienen algo que ver con ser mujer?
Puede ser. No quiero pensarlo... La montaña es todavía un mundo bastante machista, pero tanto no creo; quiero pensar que no... Tal vez otra cosa... No lo sé...
¿Los montañeros ochomilistas se han convertido en vedettes?
Yo creo que no. Antes esto no era mediático, ¿y ahora somos vedettes porque lo estamos convirtiendo en mediático? ¿Nadal o Alonso son vedettes? Son deportistas, ¿no? ¿Por qué nosotros sí vamos a serlo?
¿En la montaña hay que saber decir «me doy la vuelta»?
Sí.
¿Y en el negocio que envuelve al mundo de la montaña?
Hay que saber dónde están el principio y el final de todo esto. Yo tengo claro que he hecho el proyecto de los catorce ochomiles y los últimos años he vivido de esto; se ha hecho público, hemos tenido unos espónsores, y para el año que viene [el Everest sin oxígeno en primavera], también los tenemos. ¿Después? ¿Hay que inventarse cosas nuevas para mantener esto? No me parece justo. Debe haber un momento en que hay que saber parar, buscarse la vida de otra manera. Yo me lo planteo así: este proceso de diez años, sobre todo los tres últimos, es la puerta a un futuro que vendrá y para el que me estoy preparando; pero seguramente no será haciendo entrevistas de deportes o teniendo que inventarme hacer cuarenta ochomiles más. Vendrá dando conferencias en las empresas o estudiaré, no lo sé...
Sorprende que una persona con su carrera deportiva sólo ha podido dedicarse en exclusiva y como profesional a la montaña los dos últimos años... ¿Es tan difícil ser deportista de élite en Euskal Herria?
En un deporte como el nuestro, sí. Hay que recurrir a empresas de fuera porque el dinero para la esponsorización -en su mayoría- está en la multinacionales. Euskadi es un país de negocios, rico, pero hay mucha empresa familiar que nunca se ha dedicado al patrocinio.
¿Quizás queremos tener deportistas de elite con los que luego nos identificamos pero no somos conscientes de que cuesta mucho dinero...?
Tenemos buenos deportistas pero no hay filosofía de patrocinio. En otras comunidades sí la tienen. En Cataluña, por ejemplo, con el motor: tienen multinacionales pero también patrocinadores locales. Aquí, no. Aquí pertenecemos a una cultura en que nos cuesta expresarnos, nos cuesta hasta que nos ayuden... El vasco es de «yo esto lo saco por mis cojones». Esa cultura nos cierra, pero está cambiando.
A pesar de eso, hay muy buenos alpinistas y escaladores vascos de ambos géneros... ¿Se conoce Euskal Herria en los ambientes montañeros del mundo?
Exagerado... Vete a cualquier sitio y diles «soy de Euskadi»; te van a preguntar qué nos dan. También creen que aquí nos regalan las expediciones. Tenemos un posicionamiento terrible.
¿Y a qué cree que se debe este nivel tan alto?
La orografía dice muchísimo, la cultura que tenemos... Y Euskadi es un país de apuestas; esto sorprende mucho a la gente. Luego ven a una chica subiendo ochomiles, se enteran de que aquí cortamos troncos, levantamos piedras.... y dicen «ahora quizás entendemos algo más lo que sois». Creo que somos gente muy fuerte mentalmente.
Dicen que es muy testaruda...
[Risas] Sí, es verdad, pero un poco de eso hay que tener; si no, no subiría los ochomiles....
¿Cómo le ven los montañeros varones, en especial de otros países, cuando se encuentran en las expediciones?
Creo que me ven como una persona fuerte y muy dura, que cuando se plantea un objetivo luchará hasta el final. Y además, creo que me ven buena gente. La referencia de los vascos en el mundo es de ser buena gente.
¿En el plano deportivo detecta el reconocimiento a su trabajo?
Sí, sí... Al principio, no. Cuando empiezas a hacer ochomiles con veintipocos años, dirían a ver dónde va ésta. Ahora ha cambiado, hay un respeto porque, al final, has hecho las cosas, ¿no? Por ejemplo, ayer me llamó un buen amigo de un país del Este para proponerme ir en una expedición a un ochomil en invierno. Será porque realmente piensa que no lleva a cualquiera...
¿Y qué le contestó usted?
Que para este año no, pero que lo pensaré y lo hablaremos en primavera, después del Everest.
Parecía que después del Everest se retiraba del Himalaya... ¿Está abierta la puerta para seguir?
Está abierta, pero cuando digo que me retiro de los ochomiles creo que estoy hablando a nivel publicitario, de espónsores, a nivel mediático y de estas cosas.
O sea, queda Edurne para rato...
¿Haciendo ochomiles? Sí, seguro. Luego no sé si se sabrá lo que hago...
¿Tiene sueños concretos para después del Everest?
Me salen mil planes, pero mi sueño sería no dejar el Himalaya. Hice una elección en un momento dado diciendo sí a la montaña y dejando de lado la vida personal; ahora mi sueño sería tener mi vida personal y dejar un poco de lado el Himalaya. Buscar el equilibrio de esto no es fácil porque hay que vivir, y estos dos últimos años he conseguido que alrededor de Edurne Pasaban no sólo viva ella sino también más gente; esto se ha convertido en una pequeña empresa y hay que mantenerlo.
¿Qué le ha dado la montaña?
Me ha dado libertad de elegir en mi vida lo que quiero hacer. Yo iba encaminada a trabajar en una empresa familiar y seguramente no habría sido feliz haciendo aquello. La montaña me ha dado la libertad de poder elegir por mí misma esto.
Permítame que le lea una cosa: «Tus catorce ochomiles son inconfundibles, como tú. Seguro que son inútiles, pero por eso resultan más hermosos». Es el mensaje de felicitación de Reinhold Messner [montañero tirolés, primero en ascender los catorce ochomiles]. ¿Cómo fue su encuentro con él?
Fue muy cariñoso. Lo tenía idealizado de alguna manera, pero pensaba que sería un ogro, un tío muy duro, muy brusco... Y es todo lo contrario. Me dio muchas pautas, me hizo cambiar muchas cosas en el pensamiento. Me dijo: «Edurne, de aquí en adelante vas a tener mucha gente que te quiere, te van a dar premios y te van a hacer muchas cosas, pero vas a tener lo contrario también. Piensa que la gente que te critica lo hace normalmente por envidia, pero no por ésa de que ahora ganas más dinero ni porque has terminado los catorce ochomiles; la envidia es porque estás en los medios de comunicación y porque eres pública. Hazte a la idea de eso y trabaja en base a ello».
¿Es fácil aterrizar en ese nuevo mundo que se abre tras un logro como el suyo?
Tienes que tener los pies en la tierra y ser igual que antes. Yo intento ser lo más normal posible y eso ayuda muchísimo. Al final, lo que he visto es que da igual que te encuentres con la persona más conocida o con la más desconocida del mundo; todos, todos, son humanos... Y si vas con esa filosofía, creo que andas bien.
Messner le hablaba de la inutilidad de esas cumbres. ¿Es precisamente la inutilidad de subir montañas lo que las hace más hermosas?
Para quien sube no es inútil porque le llenan de otra manera. Puede parecer inútil subir y bajar a un sitio porque no cambia nada, pero lo importante es lo que puede cambiar dentro de ti.