El mejor homenaje que pudo recibir el recién desaparecido Pablo Zúñiga fue un programa doble de jazz tan satisfactorio como el que disfrutamos el pasado sábado en el marco del 365 jazz Bilbao. Sólo faltó su presencia entrañable, guardada para siempre en nuestra memoria, para hacerlo completamente redondo.

El trío de John Scofield era difícilmente mejorable. A su maestría a la guitarra (únicamente comparable a la de Metheny o Frisell) se unía el magisterio de Steve Swallow al bajo eléctrico -pura leyenda- y la pujanza imparable de Bill Stewart, el más reconocido de los baterías de jazz blancos. Puede que para los más exigentes fuera un concierto demasiado asequible el que ofreció Scofield (varios standards de infalible atractivo endulzaron de forma inusual su repertorio). Pero aun reconociéndoles parte de razón, hay que añadir que el guitarrista estrenó también algún tema nuevo en su línea más exigente e indagatoria, exhibió una vez más su estilo fresco e incisivo y nunca cedió al virtuosismo fácil. Si a eso unimos los acompañamientos excepcionalmente fluidos de Swallow al bajo y la bravura demostrada en un par de contundentes solos por parte de Stewart, el resultado no podía ser otro que la entusiasta reacción del público.

Menos de dos horas después era el talentoso saxofonista vallisoletano José Luis Gutiérrez el que, junto a su cuarteto, hacía las delicias del público presente en el Hotel Indautxu. Llevaba unos diez años este espléndido saxo alto sin actuar en Bilbo, quizá ocupado en exceso por su labor pedagógica y como director del Festival de Valladolid. Lo que pudimos presenciar fue el retorno de un jazzista poderoso, con un manejo magistral de tempos e intensidades sonoras, y una lúdica y original concepción del jazz como fusión de ritmos de raíz (ibéricos, norteafricanos y demás) y libre improvisación.

Su inminente nuevo disco, titulado «Fruit salad», alguno de cuyos temas adelantó, incide en esa línea y promete una escucha igual de gozosa para los aficionados al folk y al jazz.