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CRÍTICA ópera

Alí Babá y los cuarenta niños ladrones

Mikel CHAMIZO

Es una pena que la ABAO y la Ópera de Cámara de Navarra no destinaran un poco más de presupuesto para la escenografía de esta “Alí-Babá y los 40 ladrones”, que fue despachada con unas cuantas telas, algo de atrezzo y un par de pistolas de hacer pompas de jabón. Aun y todo, los chavales parecieron disfrutar de lo lindo con esta ópera infantil que posee una música agradable y pegadiza, en un estilo operístico pero con algunos préstamos del musical, fácil de seguir y entender y, sobre todo, muy bien escrita por el navarro Iñigo Casalí, lo que hizo añorar una ejecución algo más cuidada por parte de la pequeña orquesta, que se limitó a poco más que ser pragmática en acompañar lo que sucedía sobre las tablas.

La historia cuenta las peripecias de Zulema, la hija de Alí-Babá, que decide robar dinero de la cueva de los ladrones para poder arreglar su violín roto, lo que la lleva a un embrollo de mucho cuidado que termina, cómo no, con un final feliz en el que los buenos dan una lección moral, los niños malos se vuelven buenos y los mayores malísimos son castigados. El propio Iñigo Casalí se encargó de cantar al personaje de Alí-Babá, pero vocalmente fue superado por el resto, especialmente una Amaia Azcona que fue una Zulema con mucho nervio y dulce voz, y unos Kassim y Osmán que se ganaron el abucheo del joven respetable cuando salieron a saludar, prueba indiscutible de que lo hicieron muy bien. Pero lo más reseñable fueron los números protagonizados por los 40 ladrones, los niños y niñas del coro Kithara, que actuaron como auténticos profesionales.

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