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Patxi Zamora Periodista

Y después de Juan Carlos I, ¿qué?

«Las aguas de la familia Borbón bajan revueltas», defiende el autor, que al hilo de los crecientes rumores sobre la salud del rey español, analiza el escenario que se puede abrir. Así tras detallar la función del rey y recordar su papel en casos de violencia y corrupción, plantea la hipótesis de un rey incapacitado y sin facultades, y cómo ello podría incidir en una declaración de independencia de Euskal Herria.

Se avecinan tiempos políticos interesantes como no hemos visto desde hace décadas. La iniciativa unilateral del conjunto de la izquierda abertzale puede terminar con un período de violencia enquistada y transformar radicalmente el panorama político en el sur de Euskal Herria con una fuerte y aglutinadora izquierda independentista. A esta etapa le vendrían muy bien otros cambios estructurales en el Estado que permitan su desarrollo, como por ejemplo el meollo de este artículo, las posibilidades que abriría la incapacitación del rey para una ruptura con lo atado por Franco a través de la Constitución. En la capital del Reino español los rumores sobre la salud de Juan Carlos I (como nos referiremos en adelante a Juan Carlos I) insisten en lo delicado de su estado y en las antiguas diferencias entre padre e hijo, y en cómo se manifestaron en las reuniónes que ambos mantuvieron con Rodríguez Zapatero y el presidente de las Cortes, J. Bono, para tratar de la previsible incapacidad del rey con ocasión de la cirugía a la que fue sometido para extirparle un tumor en el pulmón. Aseguran que, ante la rotunda negativa de Juan Carlos I a poner en funcionamiento la previsión constitucional de la regencia y mantener que él se moriría «siendo rey», su hijo le reprochó: «¿qué me vas a hacer, lo mismo que a tu padre?», recordando el salto dinástico protagonizado por Juan Carlos y Franco en contra de quien era su progenitor y heredero de los «derechos» reales. Las aguas de la familia Borbón bajan revueltas y al trasnochado ideal monárquico se une la escasa confianza que el tea party hispano tiene en un príncipe que ha roto la tradición apostando por un matrimonio morganático (con una plebeya).

El rey y su reinado: La monarquía parlamentaria actual no es sino un botín de guerra, con ciudadanos convertidos en súbditos, garantizada, como la unidad de la patria española, por las Fuerzas Armadas. Toda una lección de democracia de quien se proclama símbolo de dicha unidad en todos sus mensajes, incluidos los navideños. «Alteza, la única cosa que os pido es que mantengáis la unidad de España» fueron las últimas palabras que Franco le transmitió a Juan Carlos I con sus manos entre las suyas. Desde los Reyes Católicos (aquéllos a los que el rey aludía en un discurso de 1983, con el PSOE en el poder, como los que «crearon un estado moderno fundamentado en las ideas de unidad y libertad»), los monarcas españoles han defendido imperios y dictaduras de todo signo, siempre de la mano del poder económico y financiero. Su herencia es un erial democrático incapaz de asumir, entre otras cuestiones de vital relevancia y por lo que a nuestra tierra se refiere, la memoria histórica de una Nafarroa que sufrió miles de ejecuciones sumarísimas, ordenadas por el régimen que impuso a Juan Carlos I.

El rey, familia y colaboradores necesarios: El francés Philippe de Bourbon, primero de la familia en llegar al trono español, logró imponer una administración centralizada a casi todos los reinos del Estado. En las siguientes generaciones, la saga fue transmitiendo la hemofilia por vía femenina mientras que, por parte de los varones, se enriqueció con los genes de un tal Muñoz, sargento de la guardia personal y padre de los ocho hijos de María Cristina, esposa de Fernando VI (les llamaban los Muñoces) y de otro militar, Enric Puigmoltó, amante de Isabel II y tatarabuelo de Juan Carlos I. Mención especial merece Fernando VII, como ejemplo de traidor con todos y con todo y esta tradición borbónica, heredada por el actual monarca, repleta de deslealtades e hipocresía, converge en el caso de Juan Carlos I con la peculiar formación recibida del dictador, que le procuraba ilustres visitas «para forjarle carácter», como Millán Astray, fundador de la Legión o Escrivá de Balaguer. Y así llegó a su premonitorio discurso de coronación, bajo la premisa de «hacer la reforma sin reformar los principios». La junk politik o política basura del PSOE y la colaboración de «Don Santiago», como llamaba el rey al líder comunista Carrillo, resultaron determinantes para que la nueva democracia asumiera al monarca franquista.

El rey y la violencia: Los borbones han sido a menudo tildados de zánganos, promiscuos y violentos. Los affaires amorosos y las cacerías reales forman parte del juego monárquico, pero lo realmente destacable de este monarca es su connivencia con execrables sucesos violentos de la historia: en octubre de 1975 compartió honores con el Caudillo en la balconada del Palacio Real, sólo cuatro días después de los fusilamientos de cinco antifranquistas; no debemos ignorar su vinculación con los grandes protagonistas del 23-F, más evidente si cabe por los contactos previos que mantuvo con su íntimo amigo, el ex general Milans del Bosch y, diez días antes del golpe, en una cena en Baqueira, con el que fuera jefe de la Casa del Rey, el ex general Armada. No fue casualidad que, poco después, el éxito del golpe se tradujo en la firma de la LOAPA, que finiquitaba las aspiraciones soberanistas de los pueblos del Estado y en la rúbrica para la entrada en la OTAN; en el caso GAL, el «rey de los socialistas» saludaba efusiva y públicamente (en una multitudinaria recepción) al ex ministro del Interior, J. Barrionuevo, cuando éste ya estaba imputado por los hechos por los que luego se le condenaría. Y es que Juan Carlos I no pudo ser ajeno a los pasos dados desde que se tomó la decisión política de accionar la «guerra sucia», como jefe supremo de las Fuerzas Armadas y, por lo tanto, también de unos servicios secretos que, como quedara demostrado en los juzgados, supieron todo sobre los GAL desde su gestación.

El rey y la corrupción: El rey ha aceptado regalos y donaciones por parte de particulares: coches, yates y maletines llenos de dinero, como atestiguó uno de los donantes, J. M. Ruiz Mateos. Juan Carlos I llegó a la Corona española «con las manos en los bolsillos» y ahora, según la revista Forbes, es uno de los hombres más ricos del mundo: en 2003 se le atribuyó una fortuna de 1.790 millones de euros. La corrupción de alto nivel de quienes a lo largo de su vida han sido sus mejores amigos sí es demostrable, porque han sido juzgados y condenados por graves delitos económicos: Miguel Arias, Pedro Sitges, Javier de la Rosa, Mario Conde, los «Albertos» y el fiel Manuel Prado y Colón de Carvajal.

Independentzia! La ley faculta a Juan Carlos I para «declarar la guerra y hacer la paz» (art. 63.3 de la Constitución) y, además, si alguno de los gobiernos vascos declarase la independencia, podría «disolver sus cámaras, nombrar otros gobiernos u ordenar la intervención del Ejército». Pero, ¿y si Juan Carlos I está incapacitado y la izquierda soberanista consigue dar cuerpo a esa reivindicación? Se acerca una fase en la que lograr la independencia, ejercitando el derecho a la autodeterminación, supondría un paso adelante de las fuerzas progresistas al tiempo que resultaría un varapalo para aquellos que consideran la democracia como un capítulo más de la historia entre señores y vasallos; un golpe definitivo sobre quienes piensan como aquéllos que, para defender al también Borbón Fernando VII, gritaban «vivan las cadenas», y un hachazo concluyente para esos que todavía prefieren, como sus antecesores franquistas, «una España roja a una España rota».

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