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Cien años sin Tolstoi, el verdadero nudo de la vida

La vida, y nada digamos la muerte, acaecida en una huida del domicilio familiar en una estación ferroviaria, la de Astapovo, el 20 de noviembre de ahora hace cien años, contenía materia suficiente para una gran novela, como las que el maestro ruso elaboró con la multiplicidad de voces y experiencias vividas. Rusia recuerda hoy el centenario de la muerte de León Tolstoi, autor de clásicos de la literatura mundial como «Guerra y paz» y «Ana Karenina».

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Iñaki URDANIBIA | DONOSTIA

Contaba ya con ochenta y dos años cuando una noche de octubre, tomó la decisión de huir a escondidas de Iasnaia Polina, el claro del bosque, haciéndose conducir por el cochero a la estación más cercana, subió al tren en dirección sur con la intención de continuar a pie, convertido en mendigo como el pequeño cantante de su relato «Luciérnaga». En el vagón gélido cayó enfermo, bajó en el lugar ya nombrado, donde el jefe de la estación le dejó la cama de sus hijos... halló allá la soledad, el despojamiento de las propiedades, y de las mentiras de su condición social y las obligaciones que tal le suponía.

Como el personaje de «El padre Sergio» o la protagonista de «Anna Karenina» el fin se dio unido al tren, símbolo del crecimiento destructor en marcha. Era, según el calendario gregoriano, adoptado en 1918 en Rusia, el día 20, día 7 según el calendario juliano.

Cien ojos

Refiriéndose a Tolstoi (1852) decía Máximo Gorki que en los ojos de éste «había cien ojos», y ciertamente la mirada del autor de «Guerra y Paz» era plural y se dirigía al mundo, a los objetos que en él son, a los animales y a los humanos. Su escrutadora mirada no ignoraba nada de lo que le rodeaba en los meandros inmensos de la inmensidad rusa de la que él fue testigo y sobresaliente notario.

Capaz de observar con tal puntillosidad que luego puede verter la visión y los sentimientos de los campesinos, soldados, y otros personajes que deambulan por su prosa. Hasta tal punto penetra en ellas, se funde con ellas Tolstoi, que puede llegar a darles vida, sentimientos y hasta voz, como lo hace con algunos animales.

No hay en la escritura tolstoiana florituras, ni gratuitos adornos, son las cosas mismas las que nos son presentadas con detalles de miniaturista, dentro de la normalidad y el paso regular del tiempo, y si hay belleza es la que el autor retrata o toma en préstamo de la exhuberancia natural. La vida de los hombres y mujeres corrientes, sin buscar casos estridentes o desviados, son la materia prima de que están constituidos los personajes de sus obras. El dominio de la palabra justa, llana, popular, es la que va a prevalecer en las descripciones de Tolstoi, haciendo que la utilización de ciertas palabras del habla normal haga bajar del pedestal ciertos vocablos, erigidos por el lenguaje dominante (político y/o religioso) a significados grandilocuentes; es en tal uso en donde la crítica aflora sin mostrarse explícita como tal, sin gritos, sin proclamas, sin alharacas.

Tolstoi se demora en las descripciones siguiendo el curso del conocimiento humano: las cosas, qué decir de las personas, no se conocen de golpe, de entrada, sino que su aprehensión responde a la lógica de un proceso por pasos sucesivos, camino que sigue el escritor haciendo que conozcamos, por entre- gas, a los distintos personajes, y las distintas situaciones, con pausa, con paciencia retenida... Como la vida misma...

Desde la novela histórica, reflejo del verdadero nudo de la vida rusa, a la novela familiar, nudo verdadero de la vida universal se desplazó toda una obra, así transitó la literatura y la vida de aquél que se definiese a sí mismo en unas anotaciones personales diciendo: «sufre de una manía que los psiquiatras alemanes llaman Weltverbesserungswahn (sueño de mejorar el mundo)... Síntomas generales: insatisfacción por todo orden establecido, condena de todos a excepción de él mismo, locuacidad irascible y sin miramientos con sus interlocutores; pasa fácilmente del furor y el arrebato a un sentimentalismo anormal y lacrimoso».

Carne con espina

Afirmaba André Gide, con la rotundidad que le caracterizaba, que los libros que eran carne sin espina no merecían la pena. Aplicando tal sentencia a Tolstoi se puede decir que realmente tanto su obra como su vida eran carne con espina, con muchas espinas. Una vida plagada de contradicciones que le sirvió como pozo del que sacar sus obras, vida intensa de participación en guerras (Crimea, Caúcaso), de viajes, de juego (siempre en deuda), de mujeres (sus escapadas con las fogosas gitanas), de célebres amistades (Heine, Turgueniev, Chejov...) y de contacto permanente con los medios aristocráticos y más en especial con los ambientes campesinos.

Tensiones e insatisfacciones que comenzaban por el descontento consigo mismo, con sus orígenes de clase (una espinita dolorosa le había clavado Proudhon con su afirmación de que «la propiedad es el robo»), con sus comportamientos desfasados, con sus debilidades; tales contradicciones se ampliaban igualmente a sus criterios morales y literarios, contraviniendo en la práctica vital y escritora muchas de sus tajantes afirmaciones: el matrimonio («prostitución institucionalizada»), el sexo («cosa de puercos»), la procreación, la vida frugal y humilde, el arte como actividad propia de privilegiados que pueden practicarla a costa de otros; «el arte del futuro, destinado a ser extendido entre todos los hombres, no tendrá por objeto expresar sentimientos accesibles solamente para algunos ricos; tendrá por objeto manifestar la más alta conciencia religiosa de las generaciones futuras».

En especial en los últimos años la voz del escritor se fue tiñendo con la de un profeta, la de un iluminado, la de un moralista excesivo que no cesaba de predicar y, también es cierto, de cumplir lo proclamado: retirado en sus tierras, trabajando manualmente con los mujiks, habiendo encabezado el reparto de las tierras -avant la lettre- con los siervos, y lanzando a los vientos sus alegatos libertarios, sus criterios pedagógicos (que ya hacía tiempo había puesto en práctica con los muchachos del lugar), la defensa de mantenerse apegado a la naturaleza y a vivir de/con ella, su postura antibelicista, de resistencia pasiva al mal, actitud que encandiló sobremanera a Gandhi, a Romain Rolland, Rainer Maria Rilke, etc.

El abanico de los males que aquejaban a la humanidad y que la pervertían haciéndole perder la inocencia primigenia, en ramalazos inequívocamente rusonianos, se abría desde el industrialismo disparado, al Estado, a la Iglesia (excomulgado en 1901 por sus críticas a ésta y por su desacralización de los textos bíblicos), la ciencia, la cultura, y... todos los ídolos que hacían que los humanos inclinasen la cerviz ante cualquier puerco.

Mezcla de cristianismo de base (el del sermón de la montaña), con ecologismo, estoicismo naturalista, y ciertos aires estrictos en su vida (llamadas a la castidad, vegetarianismo estricto, deber de trabajar manualmente...) más ciertos postulados estéticos que podían asemejarse con los defendidos por los bolcheviques.

De todas formas, Tolstoi fue una enorme escritor -el más grande, según Nabokov- cuyas obras no hace falta ni nombrar: «Guerra y Paz», -innovando la forma de encarar la historia no haciéndola girar en torno a los grandes hombres sino sobre las masas como señala Jacques Rancière en un brillante ensayo, «Sur le champ de bataille. Tolstoï, la littérature, l´histoire» («Politique de la littérature», Galilée, 2007)- , «Anna Karenina», «Resurrección», o en registros más comprimidos: «La muerte de Ivan Illich», «Hadji Mourat», «Sonata a Kreuzer», «La tormenta de nieve»... libros todos ellos que supongo al alcance de la mano en cualquier librería que se precie; los libros de su última etapa, muchos de ellos panfletos estridentes en los que se mezclan posturas tiradas palante con aseveraciones al límite de lo reaccionario, sin desmerecer, quizá sea mejor no meneallos, ya se sabe que cuanto más se remueve... (que se lo pregunten si no a Lenin o a Luckács, por nombrar a dos)... cosa que es fácil, aun en el caso de que alguien desease acceder a tales textos, ya que no creo que haya ediciones actuales que se puedan conseguir.

Cerca de Tolstoi

Varios libros recientemente publicados nos presentan al genio ruso con cercanía, en su intimidad, en su entorno familiar y allá es en donde quizá se ven con mayor relieve las incoherencias y continuas contradicciones del personaje. Varios autores que no son coetáneos del escritor nos acercan a él como si le hubiesen tratado con amplitud. Dominique Fernandez en su «Avec Tolstoï» (Grasset, 2010) lo relaciona con otros autores como Dostoievski, Balzac, Stendhal; el compatriota del escritor, Vladimir Fédorovski entrega «Le Roman de Tolstoï» (Éditions du Rocher, 2010), que novela la vida del escritor por medio de escenas relevantes, Ivan Bounine detiene su mirada en los aspectos más metafísicos y espirituales del autor de «Guerra y Paz» en su «La Délivrance de Tolstoï» (L´Oeuvre, 2010); por último, el prolífico Mauricio Wiesenthal describe sus peregrinaciones a los lugares claves en la vida del maestro y recompone poéticamente la vida de Tolstoi en su «El viejo León. Tolstoi, un retrato literario» (Edhasa, 2010).

Otros escritos de gran interés pertenecen a personas que sí que le conocieron y muy de cerca. Acantilado acaba de publicar la biografía del escritor realizada en 1921, por el escritor, pacifista y discípulo suyo Romain Rolland; si este libro no tiene desperdicio, los que acaban de publicarse, escritos por su mujer, Sofía Tolstoia (de soltera Bern) -que sobrevivió a su marido en nueve años-, suponen un arreglo de cuentas, y un airear temas que habitualmente habían sido extendidos por el más influyente de los componentes de la pareja, es decir el marido. Opiniones difundidas entre amigos y familiares en las que mostraba sus diferencias con su esposa a la que tildaba de pesetera, frívola, clasista, y que además como todas las mujeres no hacía sino provocar la libido de los hombres, provocando esa actividad propia de puercos (sic) como es el sexo, que dijese tales cosas y que, en parte, las escribiese en textos como «La sonata a Kreuzer» choca teniendo en cuenta que la mujer administraba la hacienda, educaba a los hijos, transcribía los ilegibles manuscritos de su marido, y hasta le sirvió de inspiración para alguno de sus más señeros personajes de ficción; para más inri, la dejó embarazada dieciséis veces con el resultado de trece hijos, él que está claro que era lo que se llama un obseso con respecto al sexo femenino, que se abalanzaba sobre su mujer en todo momento haciendo honor a su nombre, y que estuvo casado con ella cincuenta años; dejando de lado sus innumerables escapadas prematrimoniales.

La obra, con la referencia de Beethoven, fue tomada por su esposa como dirigida a ella, pues se despotricaba de las relaciones carnales y del matrimonio, ella ni corta ni perezosa, y con tonos mendelssohnianos, le responde en un texto novelístico que ahora se ha publicado conjuntamente con el de su marido: «A qui la faute?» suivi de «La sonate à Kreutzer» (Albin Michel, 2010); con distintos traductores se publican las dos obras a las que se añade otra novela de la mujer: «Romance sans paroles» (Éditions des Syrtes, 2010). Por último, se ha editado la autobiografía de Sophie Tolstoï, bajo el título de «Ma vie» (Éditions des Syrtes, 2010), texto en el que aclara sus relaciones con su marido, al tiempo que distingue su visión sobre cómo funcionan las mujeres en el amor, situándose en las antípodas del género masculino que no piensa más que en lo que piensa.

INCOHERENCIAS

Varios libros recientes presentan a Tolstoi con cercanía, en su entorno familiar, y allá es donde quizá se ven con mayor relieve sus continuas contradicciones.

MEJORAR EL MUNDO

Insatifacción por todo orden establecido, condena de todos a excepción de él mismo, locuacidad irascible y sin miramientos con sus interlocutores... Eran algunos de sus síntomas.

OBRA

Destacan sus obras «Guerra y paz», «Anna Karenina», «Resurrección», «La muerte de Ivan Illich», «Hadji Mourat», «Sonata a Kreuzer» y «La tormenta de nieve».

ESTILO

No hay en la escritura tolstoiana florituras ni gratuitos adornos, son las mismas las que nos son presentadas con detalles de miniaturista, dentro de la normalidad y el paso regular del tiempo.

El clásico «disidente» que irritaba a las autoridades

«Viendo sus escritos filosóficos y religiosos, yo diría que hoy le meterían en grandes problemas debido a nuestras leyes sobre el extremismo en Rusia», afirma el escritor y director de teatro Mijaíl Ugárov. Si a Tolstoi, que se definía como anarquista cristiano y pacifista, le hubiera tocado vivir en la Rusia contemporánea, el novelista sería un blogger opositor al Gobierno y a la Iglesia Ortodoxa, y sus puntos de vista de seguro que le llevarían a la cárcel, agrega Ugárov en sus declaraciones a «The Moscow News». «Estoy convencido de que la doctrina de la Iglesia (ortodoxa) es teóricamente insidiosa y mentirosa, una sarta de las mayores supersticiones y supercherías que esconden el verdadero significado de la enseñanza cristiana», dijo en su momento el gran escritor.

Tal afirmación, en un juicio celebrado en el año 2009 en relación con el cierre de una iglesia de los Testigos de Jehová en Taganrog, en el sur de Rusia, hizo que el tribunal dictaminara que Tolstoi era un extremista y que sus ideas provocaban hostilidad religiosa. «Hoy en Rusia se puede publicar todo. El Tolstoi `prohibido' no está vetado, pero, igual que hace cien años, su visión de la ortodoxia, el Estado y la relación entre el poder y el pueblo desagrada e irrita a las autoridades», afirma el director del Museo Estatal de Tolstoi, Vítali Rémizov.

En declaraciones al periódico «Rossíiskaya Gazeta», Rémizov se lamentó de que en Rusia Tolstoi sea considerado sólo un escritor costumbrista y de que «no se le aprecie como filósofo y gran ilustrador». En vísperas del centenario de la muerte del escritor, el archimandrita Tijón, secretario del Patriarca de los ortodoxos rusos, Kiril, afirmaba que la Iglesia jamás perdonaría a Tolstoi, anematizado en 1901 por su inconformismo religioso. Elena GARUZ (EFE)

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