De su boca siempre salen palabras de elogio hacia Osasuna cada vez que visita El Sadar. No es extraño, las señas de identidad de la escuadra navarra -tan en cuestión ahora mismo- encajan perfectamente con su personalidad y su perfil de técnico entregado al club, que se exige y exige a sus hombres el máximo sacrificio sobre el césped, cualidades que encajarían perfectamente entre la grada rojilla.

De trato afable y campechano, amén de defensor a ultranza de lo suyo, la trascendencia mediática del preparador cántabro se ha elevado hasta cotas infinitas por su enfrentamiento verbal con Mourinho, que tuvo un segundo acto a la finalización del Sporting-Real Madrid, cuando el cuadro técnico merengue estaba ya subido al autobús y le dedicó gestos y comentarios.

Más que un insulto, su calificativo de «canalla» al preparador luso sonó como el hartazgo de los humildes ante las incontinencias dialécticas del prepotente míster blanco y así lo entendió la gran mayoría de los colegas de banquillo, que se posicionaron nítidamente del lado del de Astillero.

Los cinco años que lleva al frente del Sporting, con el éxito añadido de haber sido quien retornara al equipo asturiano a Primera tras una década de intentos fallidos, avalan su trabajo diario con una continuidad en el cargo poco habitual en los tiempos que corren.

Haberse volcado en su faceta de entrenador ha sido la mejor medicina frente a los importantes palos que la vida le ha dado. En apenas dos años perdió a su mujer y a un hijo, la primera en 2002 tras una larga enfermedad y el segundo, con apenas quince años, en un accidente de tráfico ocurrido en 2004. «Podía haberme hecho vulnerable y acabar pegándome un tiro, o podía mirar al cielo y crecer. Elegí la segunda opción», llegó a declarar.

Manolín, como le conocen sus más allegados, es un consumado experto en ascensos. Junto al ya mencionado del Sporting, acumula otros cuatro, con la Gimnástica, Racing B -en dos ocasiones- y Levante, este último a Primera. A Preciado no le importa calzarse el buzo de trabajo, el glamour queda para otros «canallas».