El cineasta italiano Mario Monicelli acaba con su vida en un hospital de Roma
Italia despide al director de cine Mario Monicelli, considerado el gran maestro de la comedia a la italiana, tras suicidarse arrojándose desde el quinto piso del hospital en el que se encontraba ingresado.
GARA | ROMA
Su vida terminó el lunes como una de sus películas tragicómicas: con un nudo en la garganta después de tantas sonrisas. El cineasta italiano, que sufría un tumor en fase terminal, se suicidó, a los 95 años, lanzándose desde el quinto piso del Hospital San Juan, de Roma.
Según recogían ayer las agencias de información, unos trabajadores del hospital fueron los que encontraron el cadáver de Monicelli, cuyo padre, Tomaso, conocido escritor y periodista, también se quitó la vida en 1946. Según las primeras reconstrucciones de lo sucedido facilitadas por los médicos del centro médico, el cineasta aprovechó que se había quedado solo en su habitación, tras someterse a una terapia por su enfermedad, para saltar desde la ventana.
Los familiares anunciaron ayer que no se celebrará ningún funeral, pero que se le podrá dedicar un último saludo tanto en el barrio romano de Monti, donde vivió, como en la capilla ardiente que se instalará hoy en la Casa del Cine en Roma.
Muere la comedia a la italiana
Con la desaparición de Monicelli, muere la llamada comedia a la italiana, el género que nació a mediados de los años 50 con películas en las que se describía con ironía y sátira la sociedad del momento, pero en las que en el fondo se respiraba una profunda amargura.
El tiempo ha dejado huérfano al cine italiano al desaparecer los máximos representantes de este género, desde cineastas como Dino Risi, Luigi Comencini, Pietro Germi a actores que lo representaron como Alberto Sordi, Vittorio Gassman, Marcelo Mastroiani, Nino Manfredi y Ugo Tognazzi, entre tantos otros.
Por ello, con su gran cinismo, al responder a los periodistas que le pedían una reacción a la muerte de algún amigo del gremio, Monicelli solía preguntar: «¿A quién llamaréis cuando me muera yo?».
Monicelli supo absorber como nadie la vena cómica de uno de los grandes actores del cine italiano, Vittorio Gasssman, convertido en grotesco caballero en la «L'Armata Brancaleone» (1966) o en el fracasado boxeador en «I soliti ignoti» (1958). También supo hacer convivir y brillar en sus películas a talentos como Gassman y Sordi en «La grande guerra» (1959), donde los cobardes se convierten en héroes, o a Ugo Tognazzi, Gastone Moschin, Philippe Noiret, Adolfo Celi, en «Amici Miei» (1975), los bromistas y socarrones amigos a quienes envuelve una profunda amargura.
Las nuevas generaciones de la comedia como el director Vincenzo Cerami aseguran que con su muerte ha acabado una época del cine italiano. «Nadie mejor que él ha contado la historia de Italia. Junto con sus ojos se ha cerrado una época».
Poco después de conocerse la noticia acudieron al San Juan de Roma algunos familiares y amigos de Monicelli, entre ellos, el productor Aurelio de Laurentiis, quien trabajó junto a Monicelli en multitud de ocasiones. «Yo, que lo conocía profundamente y sabía de su gran dignidad y de su deseo de ser siempre independiente y autónomo, puedo entender este gesto. Últimamente había perdido también la vista, pero hasta el último momento había sido capaz de andar perfectamente. En definitiva, una persona sana que no toleraba la idea de poder depender de nadie», comentó. GARA