Mertxe AIZPURUA Periodista
Matar al mensajero
Supongo que lo escuchamos en la facultad, quizá en alguna charla, o lo remachó algún teórico de la comunicación y el periodismo. No lo sé. Lo cierto es que aquellos fundamentos de la información que se levantaron en el siglo pasado -el periodismo incómodo al poder, la independencia informativa- se difuminaron poco a poco, suave e imperceptiblemente, hasta que un día los medios de comunicación se despertaron reconvertidos en grandes empresas y grupos económicos vinculados al poder. A partir de ahí, la libertad de prensa quedó donde debía. Controlada por los gobiernos del mundo, que consiguieron convertir a los medios tradicionales en compañeros de comunes intereses. Pero internet vino a ensanchar el espacio y el nuevo resultó ser más amplio, más infinito si cabe, y con más ramas que el árbol de la vida. El gran poder vio la amenaza, Wikileaks ha demostrado que era posible y la respuesta no se ha hecho esperar: la caza de Julian Assange está servida. Pronto comenzarán las deserciones de los grandes medios que, en el momento en que la recomendación llegue con tono exigente, dejarán de publicar aquello que ponga en aprietos a sus gobiernos. Algunas cabeceras de prensa ya colaboran con el ataque a Wikileaks, cuya veracidad, curiosamente, nadie cuestiona. Es su difusión, el escándalo, lo que importa. La caza, así, tiene sentido. Matemos al mensajero, que es una táctica que siempre ha funcionado.
Wikileaks es, hoy por hoy, lo mejor que ha pasado en internet. Para la sociedad y para el oficio periodístico. Y Assange, todo un tipo.