Elecciones históricas en Costa de Marfil. La cita es observada por Naciones Unidas, entidad con demasiado polvo guardado bajo el tapiz africano. Y vigilada, a través de la mira telescópica , por las mismas tropas francesas que descargaron su colera por la muerte de 7 de los suyos abriendo fuego contra manifestantes de Abidjan en la crisis de 2005.

La Françafrique, la gran logia de la delincuencia oficial. La red de influencias políticas y acuerdos comerciales egoístas y criminales no se resigna a quedarse en el pasado. Echa de menos los tiempos en que un dictador africano, Omar Bongo, recibía en sus suites privadas de Paris a jóvenes promesas de la política francesa. Con bolsas repletas de millones de dólares listas para pagar fidelidades, Bongo hasta se permitía aconsejar a su amigo Chirac sobre cuáles de esos políticos emergentes debían tener plaza en Matignon.

Alliot-Marie, Fillon, Coppé, Sarkozy... fueron solo algunos de los talentos políticos que hicieron cola en la sala de espera del dictador. La agenda que desgrana a conveniencia el Hombre África por excelencia, el que fuera ministro de Cooperación con Chirac, Michel Roussin, esta repleta de nombres y no distingue demasiado entre siglas políticas.

Costa de Marfil se debate en una crisis con dolor antiguo y apenas ingredientes nuevos. Las viejas potencias que antes se disputaron entre si para descuartizar el gran continente hoy compiten por mantener sus privilegios frente a los paises emergentes que necesitan tomar energía del subsuelo africano.

Sarkozy avala la victoria de Alassane Ouattara, el oponente de Laurent Gbagbo, hoy un líder mas que aferrado al poder, antes combatiente, preso, exiliado y promotor de un modelo de relaciones que cortara en parte con el hilo neocolonial.

Sarkozy alza la voz en nombre de la UE que amaga con sanciones, mientras desde su presidencia brinda un respaldo nítido a las multinacionales que perennizan la Françafrique. Es el mejor relaciones publicas de Elf, Areva, Axa y, por descontado del grupo Boloré, el mismo que explota en situación de casi monopolio los principales puertos del golfo de Guinea y extiende su control sobre el transporte naval, la red ferroviaria o la comercialización de los principales cultivos de una larga lista de naciones africanas en la que, figura, por descontado el país del elefante.