Quim Monzó 2010/12/17
De la misa, la mitad
Que -en agosto del 2008, tras el congreso del PSC- la diplomacia estadounidense estuviese preocupada por el «separatismo» de algunos líderes del PSC demuestra que, en todas partes, no sólo cuecen habas, sino también grandes lumbreras. Wikileaks ha destapado un cable de entonces, del consulado de EEUU en Barcelona, que muestra su preocupación por las tensiones entre ese partido y su madre amadísima, el PSOE. Según se lee, disparó la alarma una frase que les pareció indicativa del peligro de sedición. Fue la que el president José Montilla le dijo, en un famoso mitin, a José Luis Rodríguez Zapatero: «Los socialistas catalanes te queremos bien, te queremos mucho, pero aún queremos más a Catalunya y a sus ciudadanos». Qué bonito, por cierto.
(...) el Gobierno americano haría bien en replantearse la fiabilidad, la profesionalidad, de sus informadores en nuestra ciudad. Hay que tener el cerebro en Andrómeda para llegar a la conclusión de que tenían que preocuparse por el separatismo de algunos líderes del PSC. Esa preocupación demuestra que no saben qué es el PSC ni qué papel tiene en el espectro político catalán. Si todos sus informadores son de ese nivel, no me extraña que tuviesen que volver de Vietnam con el rabo entre las piernas.
En todos los expatriados -estadounidenses o no- hay cierta tendencia a encerrarse en una burbuja cómoda y a no enterarse de lo que pasa en la sociedad real, aquella en la que se supone que en principio vives (...). Sucede con los corresponsales de prensa europeos y americanos. Instalados en Madrid, apoltronados en la rutina, faltos de toda curiosidad e iniciativa, no se percatan de lo que pasa a más de cien kilómetros de la Puerta del Sol; ni les importa. Ellos leen El Mundo, El País y el Abc, y de ahí sacan sus grandes conclusiones. Por lo que se ve, con los embajadores, los cónsules y sus funcionarios, sucede tres cuartos de lo mismo. Si Montilla dice que los del PSC quieren más a Catalunya que a Zapatero, ¡ellos van y se lo creen! Vaya embajadores y cónsules, incapaces de abrir una grieta en la burbuja y salir por ella a la calle, a ver cómo están realmente las cosas. Es lo mismo que sucedió con el expatriado Mario Vargas Llosa, que, una vez más, estos días ha dado una nueva muestra de apatía mental cuando, en su discurso conmotivo de la concesión del Nobel, ha cantado las excelencias de la -según él- maravillosa Barcelona que conoció en los años setenta, demostrando así que, como estos días ha dicho Jordi Pujol, no se enteró de que aquí había una dictadura: con los disidentes políticos en la cárcel, y con ejecuciones. Aunque, claro, quizá era precisamente eso lo maravilloso.