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Lezama Lima, el etrusco de la Habana vieja

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Iñaki URDANIBIA

El 19 de diciembre nacía en La Habana un ser que «nunca se resignó a ser un pobre diablo» y cuyo brillo resplandeció a través de sus palabras que bautizaban el mundo, avanzando sinuosas en un infinito devenir hacia la libertad absoluta, por las sombras del caos, siempre disfrutando del viaje no por su destino, sino por la propia desmesura del camino recorrido; como don José Bergamín, que sentenciaba que si uno se preocupa únicamente por hallar la salida del laberinto no llega a conocer éste. Escribía sin descanso, en las noches, sobre lo que «estaba escondido dentro de mí», entregado a la alegría y a la vida.

Hubo gente, entre la cual en cierto sentido me encuentro, que se acercó al escritor cubano debido a la celosa censura franquista. Eran tiempos del boom latinoamericano (Vargas Llosa, García Márquez, Borges, Carlos Fuentes, Onetti...) pero hasta quienes no leían habitualmente literatura -acaparados por la política- se acercaron a alguno de aquellos libros debido a la prohibición que sobre ellos pesaba. En concreto, recuerdo cómo para conseguir el «Paradiso» de Lezama Lima había que penetrar en la trastienda de una librería donostiarra en donde se vendía de «extranjis» junto a textos del Che, de Mandel, de Althusser, de Debray, de Gramsci, de Mao... Era sobre todo el capítulo octavo -creo recordar- el motivo de la prohibición por su alto contenido erótico. Vergas empalmadas y aquellas discusiones sobre la homosexualidad (para la puritana censura de la época aquello seguro que era pura guarrería de rojos y maricones). Perspicacia propia de quien confunde la mierda con la pomada.

Sabido es que los puritanos censores franquistas y sus fieles epígonos, cuando el sabio señalaba la luna, ellos miraban la bragueta. Conste que no fueron los únicos en mantener semejante despropósito, pues en su país natal, en 1971, su novela «Paradiso» fue tachada de «pornográfica» y como consecuencia de tal descalificación se le acusó de mantener «actividades contrarrevolucionarias».

¿Se puede cometer la torpeza de considerar la obra de José María Andrés Fernando Lezama Lima quedándose únicamente en las discusiones sobre la homosexualidad que mantienen, en la novela nombrada, Fronesis y Foción, u otras escenas bravas? Simplificar es mentir e interpretar la obra del mastodóntico escritor por esos aspectos circunstanciales es castrar el inmenso trabajo de una vida, ignorar cuestiones esenciales, obviar bellas páginas talladas con la destreza propia de un escultor del verbo... «y es que con Lezama Lima estamos en presencia de uno de estos casos nuestros para los que apenas tenemos medida: poeta, novelista, periodista, ensayista, promotor de lecturas, historiador literario, animador cultural, fundador de revistas, antólogo, autor de una valiosa correspondencia», que dijesen sus compatriotas, y especialistas en su extensa obra, Carmen Berenguer Hernández y Víctor Fowler Calzada.

Las cavernas del sentido

El autor que desde antes de la veintena vivía en el número 162 de la calle Trocadero, era excesivo en todo si exceptuamos la quietud; apenas realizó unos cortos viajes a Haití y a México. Desbordante en su actividad, en su lectura y en su escritura, no sería justo olvidar las funciones de cargos culturales oficiales que cumplió con sobrado brillo.

En medio del espacio abigarrado de su piso, paseaba, a duras penas, su obesidad e iba entregando una amplia obra plasmada tanto en la naturaleza exultante y embriagadora como en el torbellino de palabras en el que se combinaban un cierto gnosticismo, un singular simbolismo, que dan cuenta de sus conversaciones con Sócrates, Pascal o Nietzsche y con otras tradiciones poéticas y místicas. Un tanteo permanente por captar las relaciones del hombre con el cosmos a lo largo del tiempo, Lezama funciona, en palabras de Cortázar, «como un imán que va acumulando los saberes del mundo a lo largo de los tiempos».

Pliegues, despliegues, repliegues que dan cuenta de un huidizo significado que intentando aprehender la complejidad del todo, explota en un proceso implosivo que conduce al encriptamiento del sentido.

Decía la ensayista y filósofa María Zambrano: «atravesando la superficie de los sentidos, la poesía de Lezama nos conduce a las «obscuras cavernas del sentido» donde las imágenes, la metáfora, no son decadencia de los conceptos, remedio de la poesía. Allí la imagen es virgen aún no presentada a la luz y la metáfora tiene, a veces, fuerza de juro».

En la aceptación de la escritura del poeta cubano Julio Cortázar en su «vuelta al día en ochenta mundos», y en otros lugares, no ahorró en elogios. «Cambio `Rayuela', `Cien años de soledad' y todas las demás obras maestras hispanoamericanas de los años sesenta por `Paradiso'». También elogiaban al escritor que viajaba a las oscuridades del interior de sí mismo, dejándose guiar por la viveza del paisaje exterior, Severo Sarduy, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa

No le gustaba, sin embargo, a Mario Benedetti el escritor cubano, que afirmaba que el éxito de éste se debía a varios malentendidos. ¡Loados malentendidos aquellos que provocan una literatura trabajada con las herramientas de un hábil y esmerado orfebre! ¡Lezama Lima o la alquimia del verbo, en prosa y en verso!

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