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Tambores de guerra pero miedo al abismo en Costa de Marfil

Todos los ingredientes para una guerra civil están servidos. Dos presidentes y dos gobiernos, uno de ellos apoyado por la «comunidad internacional», y un pasado de enfrentamiento militar abierto entre el norte y el sur del país. Sólo falta un elemento. Occidente, y particularmente la metrópoli francesa, responsable del desaguisado, no está por la labor.
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A instancias de Nigeria, el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas aprobó ayer por unanimidad una resolución que condena las violaciones de los derechos humanos en Costa de Marfil, pide que éstas cesen y solicita a todas las partes que preserven las libertades fundamentales de los ciudadanos..

Coincidiendo con su aprobación, la Oficina de la Alta Comisionada de los Derechos Humanos reveló que cuenta con evidencias de que, en menos de una semana, ocurrieron al menos 173 asesinatos y 24 desapariciones forzadas como consecuencia de la violencia posterior a las elecciones presidenciales celebradas en noviembre.

En Abidjan, la misión de la ONU (ONUCI), denunció que las Fuerzas Armadas leales al presidente Laurent Gbagbo estarían impidiendo investigar la existencia de fosas comunes con entre 60 y 80 cadáveres en la capital del país, y denunció la presencia de combatientes liberianos fuertemente armados.

El país vive un escenario de preguerra civil desde las elecciones. El opositor Alassane Ouattara fue reconocido como el vencedor de las elecciones del 28 de noviembre y es el favorito de la «comunidad internacional». El presidente saliente, Laurent Gbagbo, fue ratificado en el puesto después de que el Consejo Constitucional invalidara el anuncio de la Comisión.

El Gobierno de Ouattara ha pedido en las últimas horas el envío al país de una misión de la Corte Internacional de Justicia. Guillaume Soro, su primer ministro -que ejercía el mismo cargo bajo la presidencia de Gbagbo-, va más allá y pide abiertamente a la comunidad internacional que use la fuerza para desalojar del poder al que fuera su presidente.

Las Fuerzas Armadas y de seguridad hicieron público ayer en la televisión oficial su «compromiso inquebrantable con el Presidente de la República (Gbagbo) y las instituciones de Costa de Marfil», y su oposición a las instituciones internacionales que reconozcan a Ouattara como nuevo jefe del Estado y le presten lealtad. Durante la guerra civil, de 2002 a 2007, Costa de Marfil se dividió entre el sur, que quedó bajo el control de Gbagbo y las Fuerzas Armadas, y el norte, controlado por una escisión del Ejército que formó la milicia de las Fuerzas Nuevas, que no se desarmaron tras el conflicto y que siguen dominando la zona. Su líder es precisamente Soro, otro «señor de la guerra». Pero Occidente, y particularmente la antigua metrópoli francesa, se tientan la ropa. El inquilino de El Elíseo, Nicolas Sarkozy, se entrevistó ayer con el presidente nigeriano, Goodluck Jonathan, en vísperas de la cumbre especial de hoy de la Comunidad Económica de Estados de África del Oeste.

«Escenario catastrófico»

Los analistas occidentales auguran que una guerra sería una catástrofe y temen que Gbagbo movilizaría, en caso de intervención internacional, el sentimiento nacionalista y africano de desagravio.

El jugador del Chelsea y capitán de la selección nacional marfileña, Didier Drogba, lanzó un llamamiento a la calma para evitar nuevas pérdidas humanas. Drogba tuvo un importante papel en la reconciliación entre norte y sur en el proceso de paz.

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