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Carlos GIL Analista cultural

Treinta euros

Una obra robada de Chillida fue vendida a un chatarrero por treinta euros. El arte al peso se devalúa. El valor de las obras artísticas es un cruce entre emociones y especulaciones. Sube y baja el precio sin atenerse a ninguna ley natural, ni se corresponde con su importancia en la historia del arte. El capricho de un inversor o las amistades de un intermediario crean un fenómeno que alcanza máximos en el mercado o que abruma con cifras indecentes en las subastas cuando ya ha emprendido la cadena de plusvalías para entrar en la exhibición multimillonaria, la ostentación, el secuestro de obras maestras para el onanismo decorativo lujoso.

El debate global de la ley Sinde nos coloca de manera colateral ante una discusión desordenada sobre el valor de las obras culturales de consumo masivo, sus canales de comercialización, el uso y abuso de la preponderancia en el mercado y hasta de los precios pactados. Estamos metidos en un bucle que provoca vértigos. No es fácil comprender las cantidades que se pagan por algunas obras de arte cuando es con dinero público. Las tensiones bursátiles en el mercado de las exposiciones, los nombres que entran en la esfera de la moda universal, los profetas de la novedad a comisión, las esculturas monumentales que rompen las armonías urbanas o rústicas, forman un idea distorsionada del arte a la que contribuyen las ferias de las vanidades, el oportunismo y el instinto inversionista. Los treinta euros de la escultura de Chillida son una gran parábola.

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