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Mercados y mercaderes

«Los mercaderes, no los mercados, son los que mueven el cotarro», afirma el autor, que analiza los mecanismos de funcionamiento de quienes ostentan el poder, de «quienes ordenan comprar y vender, desembarcar e irse de un país, comprar o no la deuda pública». Considera que el capital es apátrida, pero los capitalistas no, y observando las 200 mayores transnacionales, concluye que 176 tienen sus sedes en sólo seis países. Pone nombre, apellido y cifras a los mercaderes, y repasa a los «13 milmillonarios» del Estado español que aparecen en la «Lista Forbes». Asimismo, denuncia irónicamente que ellos «no roban, ni trafican, ni blanquean ni acosan» y aplauden con calor el «acertado discurso» navideño del rey. Y predice que «les llegará la hora».

La noticia es de cualquier día: «Los mercados fueron ayer pasto del nerviosismo...», «los mercados golpearon durante la sesión...», «los mercados se recuperan de...». Pero bueno, ¿de qué estamos hablando?, ¿qué o quiénes son estas sacrosantas instituciones financieras?

La sociedad en la que vivimos encubre bajo distintos mantos muchos de los mecanismos con los que funciona. Quienes ostentan en ella el poder no suelen ser partidarios de enseñar mucho la patita, pues son conscientes de que por cualquier lado puede salir un «asesino de Olot» y cortársela. Se atribuye así a fuerzas e instancias distantes e incomprensibles -el mercado- la responsabilidad de crisis económicas o bancarrotas financieras, antes que evidenciar que no es éste, sino sus actores, es decir, los mercaderes, los causantes de todos aquellos desastres.

El mercado no es mi vecina, que metió todos sus ahorros en un banco, o el abuelo que invirtió en su día la venta de unas tierras en comprar unas acciones. No, el mercado no funciona al ritmo de la calderilla. Son otros los que mueven la tramoya de todo este tinglado. Los bancos, los fondos, las multinacionales en busca del pelotazo rápido y los ricachones que las dirigen son los que ordenan comprar y vender, los que desembarcan en un país o se van de él, los que compran o no la deuda pública de ese gobierno a cambio de que acepte un salvaje plan de ajuste social. Son los mercaderes, no los mercados, los que mueven el cotarro.

Las cifras son insultantes. Los 200 mayores grupos transnacionales tienen una cifra de negocios anual superior a la cuarta parte (26,3%) de la producción mundial y supera a la de los 182 países «no desarrollados» donde vive la mayoría de la humanidad. Empresas como la General Motors superan ellas solas la producción de Dinamarca y la de 200 países más del mundo. Además, su poder va en aumento pues éste crece a un ritmo que dobla incluso el de los países desarrollados (OCDE).

Dicen que el capital no tiene patria. Es una verdad a medias. A la hora de buscar las ganancias esto es cierto. A la hora de guardarlas no. El capital es apátrida, los capitalistas no.

De entre estas 200 empresas, 176 tienen sus sedes en tan solo seis países (EEUU, Inglaterra, Alemania, Japón, Francia y Canadá), siendo más de un tercio de ellas yanquis (37%). Han desaparecido ya los imperios (el español, el francés, el inglés, el alemán...) pero, paradojas de la vida, nunca las riquezas y el poder mundial real han estado en menos manos y en menos países.

Estos mercaderes no sólo pertenecen a países concretos, sino que tienen nombres propios. Hay mucho testaferro por medio, pero muchos son conocidos.

En algunos casos, sus nombres coinciden con el de sus empresas (Ford, Boch, Heikenen, Merck...) y en otros no (Carlos Slim, Mukesh Ambani, Bernard Arnault...). En ocasiones, lo suyo les viene de familia (Rothschild, Agnelli, Rochefeller, Quandt, Botín, familias reales...), mientras que en otros casos se trata de grandes emprendedores «hechos a sí mismo» (Bill Gates, Amancio Ortega...).

Identificar a los cercanos nos ayuda a comprender mejor de qué estamos hablando. La «Lista Forbes» de las mayores riquezas del mundo menciona a 13 milmillonarios españoles.

Los encabeza A. Ortega (Inditex), con una fortuna de 25.000 millones de dólares, seguido de I. Andic (Mango), con 4.800 millones; R. Mera, ex esposa de Ortega, 2.600 millones; M. Jové (promotor inmobiliario), 2.400 millones; las hermanas Koplowitz, con 2.200 y 2.000 millones; F. Pérez (constructor), 1.900 millones; J. Mª Aristráin (acerías y BBVA), el único vasco de la lista, 1.800 millones, y completan la lista E. Bañuelos, J. Abelló, A. Alcocer y A. Cortina.

Hasta hace poco, todas estas personas nos decían que todo iba bien, que íbamos a ir mejor y que su vía -el más puro, duro y crudo neoliberalismo- era la que nos iba a permitir aumentar sin cesar nuestros niveles de vida y bienestar.

Hoy han cambiado de disco y con la misma vehemencia que antes nos cuentan ahora el cuento de la lágrima: «hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades», «nos esperan años duros», «hay que apretarse el cinturón»,...

Al alimón, gobernantes, políticos y tertulianos de toda clase y condición les hacen la ola e, incluso, segundas y terceras voces. El orfeón desafina por todos lados, pero a ellos les da igual; siguen erre que erre, impasible el ademán, caminando por rutas imperiales.

Mientras tanto, el FMI acaba de celebrar su tradicional fiesta de Navidad en la más estricta de las austeridades. El lugar del evento, tres de las plantas de su nuevo edificio, sito en Washington, a tan solo 200 metros de la Casa Blanca.

A la misma fueron invitadas 2.000 personas y hubo de todo: tres discotecas con distintos ambientes (árabe, tecno y otra), karaoke, orquesta Big Band, banda caribeña, varios restaurantes (francés, latino, italiano, dos asiáticos...), amén de barras, cafeterías y cócteles servidos in situ, a mansalva todo ello. Lo dicho, pura y dura austeridad.

La misma que practican para sí los ejecutivos de las 35 empresas españolas que forman el IBEX 35. Sus 83 consejeros ejecutivos percibieron en 2009 unos ingresos medios de 2,7 millones de euros. Claro está, esto es un promedio. Los hay, como A. Sáenz, consejero del Santander, que cobró 5,34 millones, más otros tres en concepto de gratificaciones varias. En cualquier caso, si tenemos en cuenta que el 70% de estas empresas cuenta con presencia en distintos paraísos fiscales, ¿cuáles pueden ser las retribuciones reales finales de todas estas personas?

La última reforma del Código Penal crea y endurece una vez más distintos delitos: tráfico de órganos, de drogas, delitos informáticos... Tenemos el porcentaje más alto de población carcelaria de la Unión Europea, pero a pesar de todo, la consigna está clara: «¡Mas leña!» que diría Groucho Marx. Cualquiera que se haya acercado a una cárcel a visitar a alguien ha podido comprobar que allí la inmensa mayoría de sus inquilinos son inmigrantes, gitanos y pobres.

De todas las personas de las que he hablado en este artículo nadie sabe, nadie contesta. Ellos no roban, ni trafican, ni blanquean, ni acosan... Angelitos ellos, acuden por Navidad a saraos modelo FMI, todo paz, amor y austeridad, y luego, al día siguiente, entre eructo y eructo posnavideño, aplauden con calor el acertado discurso del rey, esa otra persona tan preocupada por la crisis y el paro. ¡Ya les llegará la hora, ya!

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