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El ruido del mundo

 

Josu MONTERO

Escritor y crítico

Nuestra pelmaza canción del verano se transforma en Gran Bretaña en la canción de la Navidad. Al ruido infernal de estos días se suma el de los lanzamientos musicales -por llamar de alguna manera a esas melodías que los sufridos ciudadanos escuchamos queramos que no por todas partes-. Con la peor intención boicoteadora, un colectivo autodenominado Cage Against the Machine ha lanzado a esa enloquecida carrera comercial una obra del ya fallecido y heterodoxo músico norteamericano John Cage, figura de la vanguardia artística junto a compinches como el coreógrafo y bailarín Merce Cunningham o el artista Robert Rauschenberg. La obra elegida no es otra que la titulada «4´ 33´´», que Cage creó en 1952 y que consiste en esos exactos minutos y segundos... de silencio.

En 1951, Cage se encerró en una cámara de aislamiento en la Universidad de Harvard y comprobó que, además del de la respiración, escuchaba otros dos sonidos, uno grave y otro agudo; identificó el primero con su sistema nervioso y el segundo con su corriente sanguínea. Doble provocación pues la de «4´ 33´´»: demostrar que el silencio no existe, que todo lo que nos rodea suena, el sonido imprevisible y caótico del mundo; también nuestro propio sonido, volvernos hacia nosotros mismos y escuchar el sonido de la piel para dentro. Y también, claro, cuestionar esa omnipresencia de la música de fondo, del hilo musical que acaba insensibilizándonos las orejas con tanta banalidad. En ese universo de orden y armonía que es el arte, Cage se propuso dar entrada al caótico e imprevisible desorden del mundo; por eso, sus composiciones incluyen todo tipo de ruidos, e incluso se basan en ellos. ¿Música? ¿Ruido? Quizá sea preciso revisar nuestros conceptos al respecto.

Toda una corriente del teatro contemporáneo pugna por hacer lo mismo, colar en la estructurada y pautadísima obra teatral lo imprevisible, lo real; deshacer la representación, cuestionarla, boicotearla desde dentro. Desde las ya legendarias piezas de Luigi Pirandello, hasta una obra que hemos podido ver recientemente por aquí como es «La función por hacer», de Miguel del Arco, una de las revelaciones del año. Pero hay, claro, propuestas más radicales y despojadas, como las del dramaturgo madrileño Fernando Renjifo -que también hemos podido disfrutar por aquí-, creador de piezas frágiles y efímeras, plenas de auténtico presente, y de esa poesía que, aunque lo hayamos olvidado, forma parte indisoluble del meollo de la realidad. En un ámbito muy distinto hay también dramaturgos que advierten que los problemas del presente, del aquí y del ahora, están ausentes de nuestros escenarios. El joven dramaturgo andaluz Paco Bezerra se ha extrañado recientemente de esa flagrante ausencia. Sus dos últimas obras han sido «Dentro de la tierra», en la que aborda la cuestión de los trabajadores inmigrantes en ese rentabilísimo y corrupto mar de plástico que son los invernaderos almerienses, y «Grooming», anglicismo eufemístico para referirse al ciberacoso sexual a menores. El ruido del mundo en el teatro.

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