Retrato chino
Carlos GIL
Analista cultural
Si el año que acaba fuera una música, ¿qué música sería? Sin duda, una marcha militar aplaudida siguiendo el ritmo en un teatro burgués. ¿Qué obra de teatro? Un sainete trágico húngaro protagonizado por Belén Esteban. ¿Una pintura? El garabato de un loco en acrílico y sobre un muro de piedra caliza exhibido en la sala de torturas de una cárcel convertida en museo de arte contemporáneo. ¿Un baile? Una balalaica interpretada por un fauno con zapatillas de puntas en la barandilla de un puente con firma. ¿Qué literatura? Una poesía épica escrita con prospectos farmacéuticos para ilustrar bolsos de alta costura. ¿Qué película? Una de avatares políticos realizada por monigotes fabricados con legumbres y billetes de quinientos euros. El retrato chino del año cultural nos sitúa en un túnel oscuro sin metáforas.
Desnortados, abúlicos, los gestores culturales de carrera se quejan de que les han bajado las dietas por asistir a reuniones donde comen a costa del erario público para discutir sobre fútbol y decir amén a lo que mande el pastor gremial de turno. Los poetas vuelven a su servilleta de papel para explicar la angustia vital. Solos ante el destino, los creadores de bienes culturales luchan con unos molinos fabricados con reglamentos y disposiciones que ayudan a mantener el conservadurismo imperante, pero sin ninguna esperanza de salida. El año próximo puede ser el año cero de una nueva era en la que se deberá inventar la propia existencia y visibilidad más allá del boletín oficial.