EEUU-China: ni el G-2 ni la guerra de poder
Cuando los presidentes Obama y Hu se reúnen en una cumbre EEUU-China, se citan dos poderes, dos culturas y dos visiones sobre el actual mapa del mundo y el que tendrá en el futuro. Ambos saben que se necesitan el uno al otro, pero también que compiten con sus diferentes tallas y pesos en una nueva balanza de poder cada día más cambiante. Parece aventurado hablar de una nueva «guerra fría», pero las implicaciones que las nuevas relaciones de poder puedan generar preocupan. Debilitado por la crisis, EEUU es visto -por lo menos parcialmente- como una superpotencia en declive. En contraste, China, cuya economía es la segunda más grande del mundo, que posee las mayores reservas de divisas extranjeras y es el mayor poseedor de deuda estadounidense, es considerada como la salvadora de la economía global. Más allá de las divisas o el comercio, China contesta ya la supremacía naval de EEUU en el Pacífico oeste, tiene posición propia en relación a Corea del Norte o Irán y avanza a paso firme en la carrera espacial y militar de tecnología punta.
China busca ganar el reconocimiento de su estatura global. Y exige una relación bilateral que respete la decisión de cada uno sobre el camino hacia el desarrollo y los intereses vitales mutuos. Con un ejercicio doméstico del poder como sinónimo de mano dura y con un proceso de toma de decisiones muy opaco, poco se conoce sobre su estrategia. Pero parece claro que tiene confianza plena en ella. Y también que, en sus propios términos, ésta es exitosa. Al contrario de Rusia o India, China tiene capacidad y habilidad de materializar complejas decisiones, y de hacerlo rápido, aun pagando un precio social y medioambiental muy elevado.
Los dos superpotencias deberían establecer áreas donde puedan cooperar sin desafiarse mutuamente en el juego por la hegemonía. Nadie quiere un nuevo orden mundial basado en el G-2, pero tampoco una guerra de poder entre EEUU y China cuyas consecuencias difícilmente se pueden predecir.