Animal Kingdom” viene avalada por el Premio del Jurado a la Mejor Película Internacional que logró en la última edición del prestigioso Festival de Sundance y, vista la película, tropezamos con uno de los debuts más prometedores de los últimos tiempos. Seca y sin concesiones, la ópera prima del guionista y cortometrajista australiano David Michôd es un auténtico despliegue de ingenio y crudeza emocional. Un filme inteligente que, ya en su prometedora escena inicial, nos descubre el perfil del protagonista: un equipo de urgencias irrumpe en el hogar de un joven cuya madre agoniza tras sufrir una sobredosis de heroína. Mientras el equipo médico intenta devolver la vida a la agonizante, su hijo bifurca su atención y su mirada alterna la escena agónica y un concurso que se emite por televisión. Esa mirada silente, dubitativa, muestra a las claras la personalidad de un personaje cuya vida cobra un nuevo sentido cuando se aloje en la casa de su abuela y comparta techo con sus tres tíos, los cuales integran una peligrosa banda de gángsters.

 

Después de esta impecable declaración de principios, el autor continúa demostrando su solvencia perfilando con precisión la personalidad totémica de la abuela y  sus hijos. Por mucho que se le haya querido emparentar con las películas de Coppola o Scorsese –sobre todo en lo referente al crimen tratado desde el punto de vista familiar–, “Animal  Kingdom” es mucho más deudora de aquellas propuestas más o menos novedosas que nacieron a comienzos de los 90 y que retrataron un submundo urbano áspero y sucio.

La cámara en momento alguno se muestra dubitativa; atrapa con frialdad y sin descanso la escenografía caótica de una urbe en descomposición y no duda un solo momento en cuanto florecen los obligados brotes de violencia que salpican una narración intensa y sobrecogedora. David Michôd ha dotado de frescura y nuevos bríos a un género necesitado de sangre nueva y novedosos puntos de vista tan suculentos como el rol de la abuela, que encarna una magnífica Jackie Weaver.